Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 77

Ella sonrió. —De acuerdo. —¿De acuerdo? ¿No lo discutes? —Esta vez, no. —No pienses ni por un instante que podrás discutir algo el viernes por la noche —dijo él pellizcándole el culo en un gesto de broma. —¡Eh! —Ah, ahora estás discutiendo. Ella le hizo una sonrisa, se dio la vuelta y se inclinó un poco, convirtiendo su precioso culo en un objetivo perfecto, mirándole por encima del hombro, posando como una chica de revista. Quizá se podía volver a poner duro… Le dio un azote y ella lo encajó antes de ponerse recta. —Tengo que irme, Connor. Tendrás que esperar hasta el viernes para eso. —Jamás había pensado que eras una calientapollas, cielo. Ella rio y cogió otra toalla del estante para secarse el pelo mientras entraba en el dormitorio. Siempre había pensado que no era el tipo de hombre que se dejaba inquietar por una mujer. Cualquier mujer, no importaba lo bella que fuera. Lo llena de fuego que estuviera. Pero así es como se sentía exactamente. Inquieto. No tenía por qué significar nada más que eso. Había encontrado una manera de estar seguro de que él volvía a dirigir el cotarro. La llevaría al Pleasure Dome el viernes. Quizá jugaría un poco con ella en la cena. Le dejaría claro que él estaba al mando, que era el único sitio donde se sentía cómodo. Simplemente, sabía cómo ocuparse de las cosas. Siempre lo había hecho, ¿no? Ignoraría la vocecita en el fondo de su cabeza que le susurraba: «Quizá esta vez no». Mischa se abrió paso a través de las puertas del restaurante mexicano en el que había quedado con Greyson Lee, un artista del tatuaje como ella y uno de los mentores con los que había aprendido diez años antes en su tienda de Berkeley. El restaurante le recordaba a uno de los de moda en Berkeley que había alrededor del campus de la universidad. Era pequeño, oscuro, con mesas apiñadas, llenas incluso a la hora de comer de un miércoles. Y olía divinamente. Lo vio y lo saludó mientras cruzaba el comedor. Cuando llegó a la mesa, él se puso en pie y la abrazó. —Mischa, qué bien verte. Estás fantástica. Como siempre. Él se echó para atrás y ella pudo ver esa cara atractiva, familiar, y esos ojos marró oscuro. A Mischa le gustaba el pelo rapado en ciertos hombres y a nadie le sentaba mejor que a Greyson. Medía más de metro ochenta y era largo, con músculos finos y un pavoneo natural que, de algún modo, en él resultaba encantador. Si no hubiera sido su mentor, seguramente algo habría ocurrido entre ellos, pero siempre habían ido con sumo cuidado de no cruzar esa línea. En vez de ello, se habían convertido en buenos amigos, y ahora, quizás, en socios. —Tú también estás genial. Veo que tienes algún tatuaje nuevo —comentó, mirando su antebrazo, en el que se había enrollado la manga de la camisa—. ¿Finalmente, has acabado el tatuaje del brazo? —Sí, aquí hay un tipo que hace unas obras japonesas fantásticas. De hecho, quería hablarte de él, quizá lo has conocido. Pero, sentémonos y tomemos antes un margarita. Ya te lo he pedido. —Eso suena perfecto.