Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 75

Pero antes de que ella pudiera protestar, sus palabras se apagaron. Su cuerpo se ablandó. Puso las manos sobre las baldosas blancas y grises de la pared de la ducha. —Ah, buena chica —dijo él. Le propinó otra bofetada, con el ruido de su mano en la piel mojada resonando en la cabina de la ducha. Siempre le había encantado dar nalgadas a una mujer en la ducha. Sabía que la sensación era más aguda sobre la piel mojada. Lo volvió a hacer y Mischa movió un poco el cuerpo, solo una leve ondulación que indicaba el dolor, además del placer. Le dio un cachete más fuerte y ella soltó un pequeño suspiro. —Dios, eso duele de verdad —dijo. —Demasiado, ¿cariño? —No. No, está muy bien, también… Sonrió, un poco pícaramente, si era sincero consigo mismo, y le dio otro cachete, lo bastante fuerte para que la palma le escociera. Su piel pálida tenía un precioso tono rosáceo. Lo volvió a hacer. Y otra vez. Primero, una nalga redonda, después la otra. Con cada manotazo, se empalmaba más. Viendo cómo ella respondía: la relajación, los suspiros. Los verdugones en su piel. Preciosa. Continuó con ello, con las nalgadas cada vez más fuertes y rápidas hasta que ella se quedó sin aliento, retorciéndose. Connor sabía que debía doler mucho en ese momento. Pero ella lo estaba soportando. Se inclinó y pasó la boca por la nuca de Mischa mientras le daba un azote en el culo, saboreaba su piel y sacaba un largo gemido de ella. Cuando Connor se detuvo para pasar la mano por la parte delantera del cuerpo de ella, entre sus muslos, se estremeció al notar su calor. Lo resbaladizo que estaba su coño cuando le metió los dedos. Al instante, ella abrió más las piernas. En silencio. Y, mientras él empezaba a estimularla con los dedos, entrando y saliendo, ella no dijo nada. No hizo nada más que arquear las caderas dentro de su mano, manteniendo un ritmo sensual. Connor quería controlarse. Quería hacer que ella se corriera antes de empezar a excitarse. Pero su precioso culo rosado estaba tan cerca que no pudo evitar hacer presión contra él, con la polla escabulléndose entre sus nalgas. Y eso fue demasiado para él. No habría autocontrol. Con un gemido, Connor echó el brazo para atrás para cerrar el agua. La levantó, abrió la puerta de la ducha con una patada y la dejó sobre la encimera de baldosas. Buscó en un cajón, encontró un preservativo y se lo enfundó encima de su erección dolorosa. Connor la miró directamente a los ojos; los encontró abiertos, azules y deseosos. Separó sus muslos y se metió dentro de ella. —Ah… sí, Connor… Mischa envolvió las piernas alrededor de la cintura de Connor, con los brazos alrededor del cuello, y él inclinó las rodillas para poder empujar muy adentro. Estaba tan inmensamente húmeda. Tensa, mojada y terriblemente preciosa. Se introdujo en ella sin dejar de mirarla a la cara. Su boca roja y sensual. Su mirada azul y brillante sobre sus ojos. Intensidad. Puro sexo. Perdidamente alucinante. Connor quería besarla. Quería verla mientras la follaba todavía más. Cuando ella empezó a correrse, él lo notó en lo profundo de su coño antes de vérselo en la cara. Mischa separó los labios, gimió y respiró con pequeños jadeos. —Connor, me estoy corriendo… oh… oh… Y entonces, él también se corrió. El placer le hacía estremecerse, haciendo que le temblaran las piernas con tanta fuerza que no estaba seguro de poder sostenerse en pie. Pero ella se agarraba a él, ayudándolo a cabalgar mientras aquella sensación embestía como una pared. Incluso cuando el orgasmo había terminado, él insistió empujando dentro de ella; no parecía ser capaz de parar. No hasta