Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 69

¿No era lo mismo que ella se había estado repitiendo hacía unos segundos? ¿Qué estaba ocurriendo? —¿Connor? ¿Ocurre algo malo? —No, claro que no. Hemos pasado una gran noche, ¿no? —Eso creía. —Yo pienso lo mismo. —Se detuvo y el estómago se le encogió por algún motivo—. Solo creo que deberíamos hablar. —¿De qué? —Ya sabes que me gusta mucho pasar tiempo contigo. No quiero que dudes de eso. —¿Pero? —No hay peros que valgan en este sentido. Solo quiero ser sincero respecto a mis intenciones. Mischa casi se echó a reír. —¿Tus intenciones? Connor, nadie te está apuntando con una pistola. ¿Cuándo te ha parecido que soy el tipo de mujer a la que le preocupan las intenciones de alguien? Sé que esto no lleva a ninguna relación. Ni siquiera diría que estamos saliendo. —Bueno, nos estamos viendo. ¿Adónde quería ir a parar con todo aquello? —Sí. ¿Y? —Creo que la claridad y la transparencia son la mejor forma de proceder. No quiero que tengas expectativas poco realistas. —¿Es esto la charla de dar la patada? —¿La qué? En ese momento, el corazón le retumbaba como un martillo en el pecho, en los oídos. —Ya sabes. La charla en la que, básicamente, me dices que te lo has pasado muy bien, que follo de puta madre, pero que ha llegado el momento de darme la patada. —Se puso en pie, con la sangre hirviendo—. Porque, si lo es, ahórrate saliva. No tengo ningún deseo de estar con alguien que no quiere estar conmigo. De hecho, no necesito hacerlo. —No, estoy seguro de que no. Mischa, no digo eso. —¿No? ¿Y por qué eso tenía tanta importancia, joder? ¡Hacía menos de una semana que lo conocía! Fue su turno de ponerse en pie. Sobresalió por encima de ella cuando estiró el brazo hacia el otro lado de la mesa para atraerla hacia él. Él le dio una bofetada en la mano. —No me maltrates. —Tenía la impresión de que eso te gustaba. —¿Cómo te atreves? —Ahora, ella echaba fuego por la boca—. ¿Cómo te atreves a utilizar eso contra mí? —Mischa… Mierda, no quería decir eso. Joder. Él la soltó y ella dio un paso atrás. Se apartó el pelo de la cara. —Quizá no. Pero, Connor, ¿qué narices ocurre aquí? Porque no soy una de esas chicas con las que tienes que charlar. No te voy a preguntar dónde estamos o adónde vamos. Creo que eso había quedado claro desde el principio. Tengo una vida en San Francisco. Tengo mi negocio, mis amigos, mis libros. No busco nada más. Soy feliz con mi vida. Y me alegro de haber follado contigo, de haber jugado a tu perversión.