Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 68

Connor salió del coche, dio la vuelta para abrirle la puerta y la ayudó a salir. —Te llevaré arriba. Como siempre, Connor tenía una mano en su cintura. Eso le encantaba. Y esa parte de ella que odiaba admitir cuánto disfrutaba con su sentimiento proteccionista cada vez callaba más cuando estaba con él. Connor la ayudó a subir las escaleras. Las piernas le temblaban un poco, pero en sentido positivo. No sabría decir qué significaba aquello, solo que se sentía muy bien. Connor le abrió la puerta y entraron. —¿Tienes frío? —le preguntó—. Pondré la calefacción. Bajo el abrigo apenas llevas ropa. Mischa se lo empezó a quitar. —Estoy bastante caliente. —En ese caso, ¿un poco de té? Ella sonrió. —¿Acaso es el irlandés que llevas dentro quien ofrece té a una chica? —¿No bebes té? —Sí que lo hago. —Bien, en ese caso, irlandés o no… —Connor se encogió de hombros mientras cogía su abrigo y lo colgaba en un pequeño armario del pasillo—. La cocina está por allí. De repente, Connor parecía de mal humor. Mischa no estaba segura del motivo. O quizá ahora estaba descendiendo de verdad y no veía las cosas con claridad. —De hecho, me encantaría un poco de té —dijo ella a su espalda, que se alejaba—. Oh, esta cocina es fantástica. Era evidente que la habían restaurado hacía poco. Las paredes eran de un blanco austero, y unas largas baldosas verdes y brillantes, como las baldosas cerámicas del metro, ocupaban las encimeras y la placa para salpicaduras que había detrás de los fogones. Los electrodomésticos eran todos negros; las cortinas en la ventana, blancas con un borde ancho y negro. Muy masculina. —Me alegro de que te guste. Le pedí a Alec que me ayudara a poner baldosas durante el verano. Connor sonreía mientras hablaba y Mischa se volvió a relajar. Quizá ese momento de tensión, al fin y al cabo, solo había existido en su imaginación. —Ven, siéntate. Él la condujo a un pequeño rincón con una mesa empotrada de color blanco, con bancos negros y acolchados. Mischa miró cómo Connor trasteaba por la cocina: encendía una tetera eléctrica, ponía un par de servilletas de cuadros blancos y negros en la mesa, y un bol de azúcar blanco. La tetera silbó cuando el agua hirvió y él vertió el agua antes de llevar un par de tazas negras hasta la mesa. Connor se sentó delante de ella y Mischa se encontró deseando que él se hubiera apretujado en el pequeño banco que tenía al lado. Mischa lo miró mientras él ponía azúcar en su taza, antes de colocar las manos alrededor de la taza de té. Se estaba comportando de forma ridícula. Él estaba allí mismo. La había invitado a su apartamento. Todo iba bien. Eso solo era un pequeño bajón. Se encontraba bien. —¿Cómo te sientes? ¿Has bajado ya? —Eso creo. —Eso está bien. Bien. —Connor miró hacia abajo, se llevó la taza hasta la boca y dio un sorbo—. ¡Mierda! Me he quemado la boca. Se secó los labios con una manga e hizo una mueca. —¿Estás bien? —¿Qué? Sí, estoy bien. Bien.