Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 64
Mischa se combaba contra las esposas, contra los brazos de Connor que la rodeaban, con el peso de
ella tan dulce para Connor como su olor. Su carne mojada y perfumada. Un ligero olor a corrida en el
aire. Connor lo aspiró y lo sostuvo en los pulmones durante unos segundos. Entonces, se levantó y la
desató; primero, una muñeca delicada; después la otra. Comprobó su circulación y quedó satisfecho
con el color antes de agacharse para liberarle los tobillos. Entonces la llevó hasta la butaca que había
tras la cruz y la puso sobre su regazo.
No pesaba nada. Era inmensamente hermosa.
Connor podía notar el calor de los verdugones en su espalda, en sus nalgas, incluso a través de sus
vaqueros. Había ido con cuidado de no desgarrarle la piel, de no estropearle los tatuajes. Lo único que
quedaba era ese calor maravilloso, el rubor precioso sobre su piel. El tono rosado de los verdugones
donde él la había azotado y fustigado. El bonito sonrosado en sus mejillas y en sus pechos. El rojo más
intenso de sus pezones que prácticamente estaban tan escarlatas como su sensual boca. El rosa
indescriptiblemente lujurioso de su coño depilado descansando sobre su muslo.
Connor apartó la mirada del cuerpo de Mischa para mirarla a la cara. Sus ojos eran un destello azul
desde debajo de los párpados medio cerrados, sus largos párpados descansaban en sus pómulos
marcados y redondeados.
Dios, esa chica era maravillosa. De todas las formas posibles. Su pene era un martillo enfurecido de
deseo entre sus piernas, el intenso latido de necesidad creciendo en su barriga. Pero sentía más
necesidad que placer de entrar en su cuerpo, de follarla tan fuerte como pudiera, aunque el deseo
ciertamente existía. No sería humano si no sintiera ese tipo de cosas en ese momento. Pero no solo era
por sexo o por el juego de poder. Era por Mischa.
Le apartó unos cuantos cabellos pálidos de la cara. Mischa tenía una expresión aturdida, serena.
Estaba cargada de endorfinas. Lo cual era bueno porque Connor necesitaba un momento para
recuperar el control de su pulso desbocado.
«Controlar.»
Esa era la clave. Lo había descubierto hacía mucho tiempo, mucho antes de sus incursiones en la
escena de BDSM. Lo había conocido ya desde chico, cuando no tenía el suficiente control para detener
a su padre…
«No pienses en él ahora. No dejes que te estropee esto.»
Ah, pero al final, había permitido que su padre lo estropeara todo, ¿verdad? Su infancia, su madre,
todas las relaciones que había tenido. Lo cual era la razón por la que ya no tenía ninguna.
¿Por qué, entonces, estaba ese maldito corazón traidor diciéndole que aquella mujer tenía que ser
suya? No hacía siquiera una semana que la conocía.
—¿Connor?
Él oyó la duda en su voz.
—¿Sí?
—¿Estás…? ¿Lo he hecho bien?
Y, mierda, le había dejado ver alguna expresión, algún gesto con el ceño que le había hecho pensar
que él no estaba satisfecho con ella.
—Has estado alucinante. Perfecta.
Le volvió a acariciar la mejilla. No porque tuviera allí ningún cabello que apartar, sino para notar
simplemente el satén de su piel bajo las puntas de sus dedos. Para ver la sonrisa que provocaba en su
cara.
Él la mantuvo allí, apoltronada en su regazo. Mantenía las manos sobre ella: su cara, sus hombros,
su estómago. Todavía estaba empalmado de tanto que le dolía. Pero el sexo no parecía importar tanto