Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 59
pezones con la punta de los dedos, que se pusieron increíblemente duros. Entonces, se los retorció,
haciéndole jadear. De algún modo, se le pusieron todavía más duros.
—Ah, te encanta. Tu cuerpo habla por ti.
Antes de que ella pudiera responder, Connor metió la mano entre los muslos de ella, bajo sus
braguitas de seda, y la introdujo en los pliegues húmedos y calientes de su sexo.
—¡Oh!
—Precioso, lo mojada que estás. Mírame, ahora. Agárrate a mis hombros y mírame a los ojos
mientras estimulo un poco tu dulce coño.
Ella hizo lo que le decía, casi sin creerse que se mostrara tan obediente, aunque sabía que, en ese
momento, no tenía opción. Costaba mantenerse quieta mientras él hacía exactamente lo que había
anunciado: estimularla con los dedos. Tenía dos dentro de ella. El placer era como un zumbido agudo
en su cuerpo, en su cabeza. La obligaba a mirarlo a los ojos, con sus ojos verdes brillando de deseo.
Por ella. Era poderoso. Casi abrumador.
Mischa se iba a correr. Clavó los dedos en los músculos fuertes de Connor, bajo la camiseta negra.
—Ah, no, ni lo sueñes, cariño.
Connor sacó los dedos y ella no pudo evitar un suspiro de decepción.
Connor se echó a reír.
—¿No pensarías que iba a ser tan fácil, verdad?
Mischa no pudo evitar una sonrisa, un poco temblorosa.
—No.
—Arriba, pues. —Connor se puso en pie y la levantó—. Vamos a quitar esta preciosidad —dijo él,
deslizando las braguitas piernas abajo, ayudándole a pasar los pies por encima para dejarla sin nada
salvo los tacones negros y altos.
Estaba tan llena de placer y de necesidad y del asombro exquisito de estar junto a él, de que él la
tocara, que no se había dado cuenta del cambio que se había producido en su interior. Quizá aquella
había sido su intención cuando la había excitado tanto antes de ponerla encima de la cruz. Pero aquello
era exactamente lo que ahora estaba haciendo; llevarla hacia allí, besarle la muñeca, antes de ponerla
en una esposa alta, cerrarla y ajustar la hebilla. Entonces, hizo lo mismo con la otra mano, un besito en
la muñeca, cerrar el cuero que la envolvía: ahora tenía ambas muñecas atadas de modo que miraba de
cara a la cruz. Tuvo una vaga noción de que realmente estaba sumiéndose en el subespacio. Ese lugar
maravilloso y etéreo en el que su mente nadaba y se deshacía de cualquier pensamiento inútil. Lo
único que importaba era Connor. Lo que él le hacía. Lo que su cuerpo sentía. Era sensación, respuesta.
El olor acre del cuero. La sensación de expectación en la gente que observaba en la sala..
Pero esas ideas le pasaban por la cabeza en un destello de sensación abstracta. No se concentró en
ellas. Le resultaba demasiado duro pensar en nada que no fuera la ancha espalda de Con