Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 54

mirada al reloj le hizo ver que todavía tenía más de un cuarto de hora antes de que él llegara. Se puso en pie y se fue hasta las altas ventanas que daban sobre la calle. Volvía a llover, pero así era Seattle. Allí se sentía como en casa. En San Francisco no llovía tanto, pero como en Seattle, a menudo había niebla y los días eran grises. Algunos odiaban ese clima, pero con tantos tatuajes como llevaba, era mejor no pasar demasiado tiempo bajo el sol. Y, por algún motivo, el tiempo gris la tranquilizaba. Hacía que el mundo pareciera más suave. Miró cómo los coches pasaban por encima del charco en la esquina, cómo la gente avanzaba por las aceras; o mejor dicho, las puntas de sus paraguas. Dylan tenía su piso en Belltown, un barrio de moda cerca del río, lleno de precisamente el tipo de lugares en los que Mischa se sentía más cómoda: pequeños cafés, algunas galerías, tiendas de tatuajes, tiendas de ropa. Miró cómo esa disposición colorada de paraguas avanzaba por la calle, algunas personas sin paraguas corrían para refugiarse de la lluvia. Estaba a punto de sentarse de nuevo cuando vio que un Hummer negro y brillante aparcaba delante del edificio y un enorme hombre salía de él. Connor. El corazón le empezó a martillear. Ese enorme vehículo le iba al pelo. Mischa no había pensado qué coche debía conducir, pero dudaba de que pudiera encajar cómodamente en la mayoría de ellos. Al cabo de unos segundos, el timbre de abajo sonó y Mischa fue hasta el interfono incrustado en la pared justo al lado de la puerta y apretó el botón. Oyó su voz, un poco metálica, con el sonido de la lluvia de fondo. —Mischa, soy yo. —Ahora mismo bajo. —No seas boba, subo yo. Ábreme. Le hizo caso, antes de regresar al lavabo para mirar por última vez su imagen en el espejo y asegurarse de que no iba despeinada y de que llevaba el dobladillo recto. Un golpe en la puerta hizo que cruzara el suelo de madera tan deprisa como se lo permitían los tacones. Aspiró hondo y se volvió a tocar el pelo. «No seas estúpida.» Pero no lo podía evitar. No cuando se trataba de Connor. También podía reconocerlo antes de su gran velada juntos. Con él, solo sería una chica. Abrió la puerta. Iba completamente de negro, como ella sabía que iban muchos dominantes para una fiesta de BDSM o para una noche en la mazmorra. Vaqueros oscuros, camiseta negra y ajustada bajo la chupa de cuero negra. Botas negras y pesadas, que le encantaban. Le chiflaban las botas negras y grandes en un hombre. Era algo tan masculino, tan propio de un chico malo. —Hola. Ah, estás preciosa —dijo mientras la atraía hacia él y cruzaba la puerta, casi levantándola del suelo y haciendo que se trastabillara un poco. —Hola, tú. —Mischa rio, con el corazón latiéndole fuerte, de forma casi rítmica. —Ven aquí y bésame, preciosa —le ordenó. Como si ella pudiera hacer otra cosa. La abrazaba tan condenadamente fuerte, con esas manazas envolviendo su cintura en un gesto posesivo. Inclinó la cabeza, puso sus labios encima de los de ella con un beso suave y duro al mismo tiempo. Cuando él abrió los labios de ella con los suyos, Mischa se derritió, con el cuerpo flácido e hirvien