Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 43

Ella se quedó callada y soltó un poco de aire con la respiración entrecortada. —Sí. —¿Lo dices por terquedad o lo deseas de verdad? —Lo deseo —dijo esta vez sin vacilar. No quería pensar. Solamente quería sentir y era crucial que fuera Connor quien le hiciera esas cosas. Le dio otro azote y el sonido retumbó en los altos techos del loft. Volvió a bajar la mano con fuerza; esta vez le llegó a escocer y dio un grito ahogado. —Shhh, no pasa nada —le dijo en un tono un poco más alto que un susurro. Le acarició la suave piel. Era increíble. Y su voz en los oídos, su mano encima. El escozor del azote. Todo se fundía. —¿Estás lista, nena? —Sí. Se hizo una pausa lo suficientemente larga para que ella tuviera tiempo de preguntarse qué iba a pasar. Entonces su mano bajó y la azotó. Y otra vez. Una descarga incesante de azotes, primero en una nalga, luego en la otra, a un ritmo lento y regular. La mano bajaba con más fuerza con cada palmada. Y con el escozor llegaba él con cada palmada. Y con el escozor llegaba un placer igual de intenso. En cuestión de minutos se notó empapada, deseosa de más. Movió las caderas, frotando el sexo en el sofá. —No, no. Nada de eso —le advirtió él, sujetándole las muñecas con más fuerza y presionándolas en la parte baja de la espalda para que no tuviera ninguna duda de lo que estaba hablando—. Si tienes ganas, yo las saciaré. ¿Lo entiendes? —Sí… lo entiendo. Por dentro fruncía los labios porque le hablara de ese modo. Sin embargo, estaba más excitada que nunca y se debía a la manera en que le decía estas cosas y le ponía esas reglas. Solo para ella. Fue como una pequeña revelación descubrir que, en algún nivel profundo, eso era para ella tanto como para él. Pero ahora mismo tampoco podía pensar mucho. Él la azotaba una y otra vez, cada vez más deprisa. Más fuerte. El dolor se intensificaba también. Y justo cuando pensaba que ya no podría soportarlo más, le soltó las muñecas e introdujo una mano entre sus muslos y los suaves pliegues de su sexo. —Oh… —Ah, estás tan mojada… Es precioso, cariño. Sentir tu placer en las manos. Saber que hay algo más aparte de tu terquedad que te retiene aquí. Saber que tu dulce coño está mojado del mismo modo en que tengo la polla dura. Notó un espasmo en el sexo. Hundió la cara en la almohada y gimió cuando le i