Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 41

—¿El tatuaje? —Sí. Se encogió de hombros en un intento de no parecer nerviosa, aunque no estaba segura de por qué le pasaba ahora y no durante las preguntas sobre los látigos y las cadenas. —Dice: «El dolor es amor». Él arqueó una ceja. —¿De verdad lo crees? No dudó cuando respondió esta vez: querer a alguien implicaba siempre cierta cantidad de dolor, era inevitable. Eso le había enseñado la vida. Lo que le había enseñado el hecho de presenciar la vida de su madre. El amor equivalía a la pérdida. Vivir con su madre había supuesto una pérdida tras otra. Su padre… ahí no había más que pérdida, el anhelo constante de que la quisiera un hombre al que no le importaba lo más mínimo su existencia. De eso iba su tatuaje. —Sí. ¿Tú no? Él sonrió un poco aunque no parecía tan contento como antes. —Sí. Supongo que sí. Se quedó callado pero no dejó de mirarla. Ella le devolvía la mirada y vio cómo sus facciones se recomponían, cómo esa sombra de emoción iba apagándose. No le preguntaría nada, porque ella también conocía esa sensación. —¿Tienes más preguntas para mí? —le preguntó Connor al final. —¿Ya han terminado las negociaciones? —De momento. —Entonces sí, tengo una pregunta. —Pregunta. —¿Cuándo me llevarás a ese club, el Pleasure Dome? Él volvió a reír. —¿Te gustan los jueguecitos en público, eh? —Es lo que más me atrae de esos sitios, o al menos me pasaba antes. Más que los instrumentos o mis parejas. —Te gusta dar un poco el espectáculo, ¿no? A mí también. Si de verdad quieres ir, te llevaré, claro. Pero esta noche no, tal vez la semana que viene. Si es que aún sigues interesada, obviamente. Puede que vuelvas a huir de mí. —No creo. —¿Qué te hace estar tan segura? —Pues… —¿Cómo podía explicárselo sin parecer ansiosa? ¿Sin reconocerle más de lo que pretendía?—. Quiero ir. Además, tengo la sensación de que esto funcionará; de que nos llevaremos bien. —¿No eres tímida, verdad? Ahora fue ella quien se echó a reír. —Pues no mucho. Tenía que reconocer que él era tan alto a su lado que se le antojaba algo intimidante, incluso. Era un muro: grande y oscuro, con unos ojos que le brillaban con un punto de malicia. Pero eso también le gustaba; le encantaba su tamaño y que tuviera ese aire oscuro. Malicioso. Le tendió la mano. —Entonces, ¿empezamos?