Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 38

Ella dio un paso atrás y abrió más la puerta; él entró y la cerró. La abrazó, se inclinó para besarla y vivieron unos momentos sin respirar en los que la lengua de él se introdujo en su boca; caliente y dulce, con unos labios suaves, pero hambrientos a la vez. Entonces él se retiró y la sostuvo a cierta distancia. —Ah, no, no lo hagas —dijo él—. Esta vez hablaremos primero. —¿Yo? Connor se echó a reír. —Está bien, puede que haya sido culpa mía, pero es que besarte es un placer. Pero sí, antes tenemos que hablar de unas cosas. —Bien, déjame que me cambie antes. —No me molesta la toalla. Ella le sonrió. —Ya, seguro que a ti no, pero no me pidas que esté sentada a tu lado y piense con claridad para mantener estas negociaciones contigo después de besarme de esa manera estando desnuda. —Tú ganas. —Sonrió y luego se sentó en el sofá como si fuera suyo. Aunque, bueno, a decir verdad así era como Connor lo hacía todo. Fue corriendo al dormitorio, encontró su quimono de seda roja y se lo puso. Entró al lavabo un momento para soltarse el pelo y cepillárselo delante del gran espejo enmarcado. Intentó hacer caso omiso del brillo que tenían sus ojos azules y del rubor rosáceo de sus mejillas. Tendría que aceptar que eso era lo que él le provocaba. Con un solo beso. Joder, por estar ahí sin más. Podía fingir que estaba molesta con él, pero, en realidad, lo que le cabreaba era la falta de control sobre cómo respondía. Bueno, ahora ya no lo estaba tanto. Al verle lo había recordado todo: la manera en que la hacía sentir, que era demasiado buena para no volver a probarlo. Era lo bastante fuerte e independiente para cortarlo por lo sano cuando el viaje hubiera llegado a su fin, o cuando uno de los dos decidiera que era hora de dejarlo. Ella siempre lo había sido y no había motivos para pensar que ahora no lo sería. Podía echar otro polvo con Connor Galloway. Ay, ya se derretía de pensar en lo que estaba a punto de suceder. Podría explorar su vena más salvaje. No tenía por qué significar nada más que eso. No hacía falta comerse la cabeza. Y si le pasaba, podría con ello porque, como ya le había dejado claro a Dylan, ella siempre lo conseguía. Sabía que en el fondo era una mentirijilla, pero ahora estaba demasiado distraída sabiendo que él estaba en el salón, esperándola, para prestarle atención. —Tienes un buen problema, chica —le dijo a su reflejo en el espejo, pero este se limitó a devolverle la sonrisa con un brillo lascivo en los ojos.