Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 36

Entonces empezó a estremecerse, oleada tras oleada; el placer la zarandeaba y el agua se agitaba a su alrededor. Al final todo terminó y ella se dejó acoger por el calor del agua, con las extremidades cansadas. Pero, curiosamente, no era suficiente. Se lavó bien y la esponja enjabonada parecía que le encendía la piel, ahora sensible. Necesitaba más. Lo necesitaba a él. Se enjuagó, salió de la bañera y se enrolló una toalla verde; no quería ver su reflejo en el espejo. Tener que ver la satisfacción posterior al clímax en su rostro. El hambre que sabía que hallaría en sus ojos; un hambre que no había podido satisfacer. Volvió al dormitorio. Se pondría los pantalones de yoga, pediría la cena de uno de esos menús de sitios de comida para llevar que Dylan guardaba en la cocina y se distraería con una película. O puede que dibujara un poco hasta que llegara la hora de acostarse. Le echó un vistazo a la cama y al pequeño maletín plateado que estaba apoyado en ella, en el suelo, y en el que guardaba los vibradores. Ah, sí, sabía qué haría a la hora de acostarse. Pero todavía no. Acababa de tener un orgasmo desgarrador en la bañera y no necesitaba correrse tan deprisa. Aunque tal vez sí. Exhaló con fuerza. ¿Dónde narices había metido los pantalones de yoga? Le vibró el móvil. Lo había dejado en vibración todo el día. Ahora apenas podía oír ese sonido sin sobresaltarse; anhelando esa vibración. Sería mejor que volviera a activar el sonido. Cogió el teléfono para ver quién era y vio el número de Dylan en la pantalla. —Hola, guapa, ¿cómo vas? —Perdona, Misch, pero me acabo de dar cuenta de que la cita de mañana con la florista es a las diez, no a las once. —De acuerdo, no pasa nada. Estaré lista. —¿Qué haces? ¿Ya has comido algo? —Pues estaba a punto de pedir algo. Acabo de salir de la bañera. Y acababa de tener uno de los mejores orgasmos en solitario de su vida, algo que tampoco hacía falta que le contara. Así como tampoco era necesario decirle qué pensaba hacer en unas horas… si podía aguantar tanto tiempo. —Está bien, Misch. Nos vemos mañana por la mañana. —Buenas noches, cielo. Iba a tirar el teléfono a la cama otra vez cuando volvió a sonar y respondió sin mirar. —¿Qué has olvidado, Dylan? —Mischa. Esta vez no era Dylan. —¿Connor? ¿Cómo tienes mi número? —Se lo he pedido a Alec. La hostia, el corazón le latía a mil por hora. Era excitación con algo de irritación porque no había entendido que quería que la dejara en paz. Si quisiera hablar con él, ya le hubiera devuelto alguna de las llamadas; estaba segura de que había sido él el que había estado llamándola todo el día. —¿Qué pasa? —preguntó ella. —Tenemos que hablar. —¿De qué? —De cómo has huido esta mañana.