Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 34

Sacudió la cabeza. —¿Ves? Ya sabía yo que había algo más. —Dylan, mira… Tienes razón; pasa algo más, pero todo está en mi cabeza. Se portó muy bien conmigo, hicimos el amor de una forma salvaje y ahora, no sé… son tonterías mías. Ya me las arreglaré. —Vaya. Creo que no te he oído nunca hablar de tonterías por un hombre. —Ya, ni yo —murmuró, odiándose por reconocer en voz alta que algo no andaba bien. Dylan la miraba con los ojos algo entrecerrados. —Vamos, Dylan —protestó ella—, no es nada. Quiero decir, es algo pero ya me las arreglaré. Siempre lo hago. —Eso es verdad. —Vamos, ¿por qué no me enseñas las fotos de los vestidos que tienes en mente mientras comemos algo? Su amiga frunció los labios un momento, pero al final accedió. Habían terminado de desayunar y se estaban poniendo los abrigos cuando a Mischa le vibró el móvil en el bolso. Lo sacó y miró el número: no le sonaba, pero tenía el prefijo de Seattle. Sabía que era él. Connor. —¿No vas a contestar? —preguntó Dylan. —No. Hoy soy solo tuya. Todo lo demás puede esperar. Y aún más un recordatorio del hombre que se estaba esforzando por olvidar. «Como si eso fuera a pasar.» Resopló y se ciñó el cinturón del abrigo. —Venga, vámonos. Mischa abrió la puerta del apartamento de Dylan y entró. Los pies la estaban matando, a pesar de que llevaba sus botas planas preferidas con medias gruesas y el vestido de rigor, porque no solía llevar pantalones. Se moría por un baño caliente y un buen rato en remojo. Eso de ir a comprar el vestido de novia no era para blandengues y estaba molida. Dejó el abrigo encima del precioso sofá de ante verde que siempre había admirado y se sentó para desabrocharse las botas y sacárselas. —Ah. Flexionó los pies un momento y luego cruzó el gran loft con las botas en las manos. Descalza, notaba la frialdad del suelo de madera pulida al acercarse al dormitorio, con las inmaculadas sábanas blancas que contrastaban con el verde suave de las paredes. Era una estancia agradable; los muebles de líneas limpias y contemporáneas estaban en todo el piso, pero el color de las paredes y el mullido edredón blanco suavizaban un poco el ambiente. Dejó las botas en el suelo y el bolso en la gran cama blanca, al tiempo que sacaba el móvil. Tenía tres llamadas perdidas, todas del mismo número que había visto esa misma mañana. Inspiró hondo y le sobrevino una oleada de deseo. ¿Por qué se moría de ganas de hablar con él? En un arrebato lanzó el teléfono sobre la cama, se fue al lavabo dando grandes zancadas y abrió el grifo del agua caliente de la bañera. Se recogió el pelo en un moño y se miró en el espejo. El rubor de las mejillas y las pupilas dilatadas no tenían nada que ver con su cansancio. Llevaba todo el día notándose rara. Parte de ella batallaba con la firme determinación de dejar de pensar en Connor. La otra iba perdiendo. Las cosas no mejoraban.