Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 22

A ella le encantaba escuchar que la deseaba y le gustaba mucho ese tono ronco en la voz. —Pues claro, sí. —Aun así debemos tener esa charla antes de que pase algo más serio, pero ahora mismo necesito tocarte. —Le pasó una mano por la nuca y presionó un poco; ella se sorprendió. Le chocó, de hecho, por lo que le hizo sentir. Era como si él le dijera que estaba al mando y que al mismo tiempo la cuidaba de una forma que no podía terminar de explicarse. —Sí, luego —murmuró ella. —Venga, vamos —dijo él en voz baja—. Túmbate de espaldas para mí, cielo. Con la mano en su nuca la guio hasta que la tuvo tumbada en el sofá. Él se incorporó un poco para apoyar una rodilla en los cojines, encima de ella. —Eres muy guapa —musitó él, casi como si lo dijera para sus adentros. Entonces le apartó la mano de la nuca y la llevó hasta la clavícula, luego entre sus pechos, acariciándole el escote y la parte superior de los senos. El calor de su mano la abrasaba y notaba cómo empezaban a endurecérsele los pezones. —Me encantan los tacones de aguja y que lleves las medias de rejilla hasta los muslos. Deja que te vea bien. —No apartó la vista de su cuerpo mientras le remangaba el suave vestido hasta los muslos y dejaba al descubierto sus braguitas de encaje negro—. Muy bonitas —murmuró—, pero voy a quitártelas, ¿de acuerdo? Se las quitó y sonrió cuando su piel desnuda quedó al descubierto. La miró a los ojos brevemente antes de volver a fijar la mirada en su sexo depilado. La tocó con la punta de los dedos; solo con un leve roce sobre su sexo, el placer le sobrevino como si le alcanzara un rayo, y tuvo que retorcerse del gusto. —Ah, tengo que probarte —dijo él. Mischa solo tuvo un instante para pensar «Sí, por favor». Al momento, estaba encima de ella, con la lengua entre sus pliegues hinchados, abriéndose paso. —Ah, Connor… Ella llevó las manos a su pelo corto y oscuro y observó cómo sus dedos se le quedaban marcados en el muslo. Le encantaba notar esa presión en la piel y aún más el movimiento de su lengua, que se desplazaba arriba y abajo en su húmeda abertura, y cómo le apretaba el duro botón de su clítoris. —Dios mío… Él siguió lamiéndole el sexo marcando un ritmo regular. Ella quería correrse, pero iba algo lento como para alcanzar el clímax. —Por favor, Connor, más deprisa. Él se detuvo y, cuando volvió a empezar, sus movimientos eran aún más lentos, lamiéndola casi con pereza. —Me estás torturando. No hubo respuesta por parte de él; sencillamente otra pausa en la que entendió que cuanto más se quejara o le suplicara, más lento iría. Qué hombre más malvado. Le encantaba. Ella suspiró y se acomodó entre los cojines mullidos, separando las piernas un poco más. Y en cuanto lo hizo él se puso en marcha; su lengua la penetraba con fuerza y le lamía el clítoris una y otra vez, a la vez que succionaba. —¡Oh! Ella notó que estaba al borde del clímax y se dejó llevar por el placer a medida que empezaban los espasmos. Y cuando empezó a correrse él le introdujo los dedos.