Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 20

dedos rozaban la tela mojada y acariciaban ligeramente su vagina y el duro botón de su clítoris. «Le necesito. Quiero más…» Como si él le leyera la mente, le introdujo los dedos por debajo de la tela, que pronto encontraron los hinchados pliegues de su sexo. —Mmm… —gimió ella entre sus labios. Él no se detuvo; no dejó de besarla. En lugar de eso, empezó a marcar un ritmo muy agradable con los dedos, con los que le frotaba el clítoris. La lengua exploraba su boca. El deseo era cada vez más intenso y la quemaba como si fuera puro fuego. Arqueó la espalda y se levantó del asiento del taxi; él se apresuró a sentarla con una mano en su cadera, para que se estuviera quieta. Parte de ella se rebelaba contra su control. A la otra parte le encantaba. Estaba demasiado excitada para cuestionar las cosas. Respiraba entrecortadamente y lo besaba con pasión: era lo único que podía hacer. Se sentía indefensa ante él, con la ola de placer que la estaba volviendo loca. Cuando le introdujo los dedos, volvió a quedarse sin aire. Estaba segura de que él sonreía mientras la besaba. Entonces empezó a penetrarla con los dedos con una presión regular. Dentro, fuera; dentro, fuera; con el pulgar trazaba círculos alrededor del clítoris hasta que pensó que estaba al borde del orgasmo. Él se apartó. —Hemos llegado. «Sí, yo casi he llegado…» Parpadeó, sorprendida. Le costaba respirar. Él no dejaba de mirarla; sus dedos aún estaban dentro. No le hacía mucha gracia que la estuviera mirando a la cara ahora mismo. —¿Estás lista, pequeña? —Sí. —Se mordió el labio inferior. Él sonrió con un aire pícaro al tiempo que sus dedos se quedaban quietos. Cabrón. Sacó los dedos y ella quiso gritar. Estaba tan cerca del clímax que temblaba. —Shhh, Mischa. Espera que te ayudo a salir. Estaba algo mareada por sus maneras, su propio cuerpo que ardía del deseo con una necesidad casi satisfecha. ¿Quién demonios era este hombre? Le temblaban las piernas, pero él la ayudó a salir, agarrándola de la cintura con un brazo. Se detuvieron un rato en la acera frente a un edificio antiguo de ladrillo visto. La sujetó con fuerza y ella notó los fuertes músculos de su cuerpo. —Te subiré a casa y pienso hacer que te corras. Ya hablaremos cuando hayas llegado al orgasmo. Y después de que te hayas recuperado. ¿Sigues conmigo? ¿Había perdido el juicio? ¿Dónde iba a estar ahora mismo? Ella asintió. —Joder, claro. Él se rio, complacido. —Menuda noche vamos a pasar juntos. ¡Qué ganas tengo! Y ella. De hecho, si no se daba prisa y la subía a su apartamento, si no cumplía su promesa y la llevaba al clímax, explotaría aquí mismo en la acera. No podía pensar en otra cosa. Connor. Ganas. Fuera de control. «Estoy totalmente descontrolada.» ¿Por qué no le importaba tanto como debería?