Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 185
como los demás. Para ambos, aquello era exactamente perfecto. Connor le arrebató el collar de las
manos.
—Quédate donde estás, cariño, e inclina la cabeza para mí —le dijo. Hablaba con voz tranquila,
pero la autoridad que tanto le gustaba estaba allí, impregnada de emoción.
Hizo lo que le pedía, con un escalofrío de anticipación recorriéndole el cuerpo. Entonces notó cómo
él le ponía la tira de cuero alrededor del cuello y cerraba la hebilla. Dejó las manos allí un rato
mientras ella se estremecía, como si estuviera absorta en la sensación de pertenecerle. No se parecía a
nada que hubiera experimentado antes. No quería dejar de sentirse así.
—Connor —susurró, levantando la vista del suelo para mirarle a los ojos. Connor tenía los ojos
oscuros de deseo, encendidos con amor—. Ahora soy tuya. Por fin.
—Sí. Mía. Pero ya sabes qué significa un collar entre nosotros: que yo también te pertenezco. Es lo
único que puede significar.
A Mischa el corazón le dio un salto, y le dedicó una sonrisa.
—Eso es exactamente lo que necesito. Eso y notarte. Por favor, Connor.
Se inclinó hacia ella y la estiró suavemente sobre la alfombra, con la lana rascándole de forma
agradable la espalda desnuda. Tenía el cuerpo encendido de deseo, deseo y amor mezclándose en su
sistema como calor líquido.
Connor le puso los brazos encima de la cabeza y utilizó las esposas para atarle las muñecas.
Disfrutaba de la sensación de sometimiento y de entregarse a él. Le gustaba verse ahí con todo el
cuerpo estirado. La sensación de seguridad que notaba en sus manos, bajo sus órdenes, con el collar
alrededor del cuello. Se sentía valorada, preciosa, mientras él la observaba con una emoción cruda y
descarnada en los ojos, que se habían vuelto verde musgoso de deseo contenido.
—Ahora —dijo él.
Mischa cerró los ojos mientras le ponía la venda por encima de la cabeza. Aspiró el olor acre del
cuero y suspiró. Se estremeció un instante por el miedo, pero cuando él puso sus grandes manos sobre
su corazón, apretando un poquito, recordó lo segura que estaba con él.
—¿Estás bien, amor mío?
—Sí.
Era cierto. La última nota de miedo había desaparecido y ella se estaba entregando de verdad,
completamente, por primera vez.
Connor la besó, con un suave toque en los labios, y ella sonrió. Lo que vino después fue una
exploración lenta y sensual de su cuerpo, recorriéndolo con las manos, con la boca, perdiéndose por
todos sus rincones. La besó en los hombros, los pechos, el vientre. Le acarició los muslos, la línea de
la barbilla, los labios con las puntas de los dedos, hasta que ella se estremeció de necesidad y deseo
con una corriente lánguida, pero eléctrica, recorriéndole el cuerpo.
No se acababa nunca, o eso parecía. E, incluso cuando la necesidad se convirtió en un dolor que
prácticamente clamaba ser aplacado, no había nada en ella que no quisiera que él marcara el ritmo.
De algún modo distante, ella sabía que estaba volando a causa de las endorfinas. Que su cerebro era
una preciosa confusión de sensaciones, con el cuerpo convertido en un jadeo y una carne
extraordinariamente sensible. Lo deseaba tanto que apenas podía soportarlo, pero le entregaba ese
deseo a él.
Finalmente, los dedos de Connor se escabulleron dentro de su sexo dolorido y ella suspiró cuando
el placer la engulló, caliente y líquido.
—Ah, me encanta verte así. Perdida en el placer. Jamás te había visto así, cariño. No tienes la
menor idea de lo que me provocas. No tenía ni idea de lo que esto podía hacerme…