Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 18

buenos con tatuajes. Ojalá le viera tinta en la piel. —Llevo dos —contestó él—. Quiero hacerme un tercero cuando encuentre al tatuador adecuado. El mío se acaba de mudar a Nueva York. Si te portas bien, tal vez te los enseñaré después. Ella se rio, pero por dentro estaba temblando. «Si me porto bien.» Nadie le había dicho nada semejante antes. Nadie se había atrevido, sinceramente. Ni siquiera esos pocos a los que había permitido que la ataran y la azotaran en el club de BDSM de San Francisco. Lo de la sumisión nunca había sido algo muy serio para ella y en la mayoría de los casos era ella la que estaba encima. Pero viniendo de él le resultaba muy sensual. Estaba mirándola otra vez. Observándola. Mischa sacudió la cabeza. —¿Qué pasa? —Me estaba preguntando… —¿Qué? —Si vendrías a mi casa esta noche. Para hablar de eso, ya sabes. —Bajó el tono hasta que tuvo que aguzar el oído para oírle bien con el murmullo del tráfico en esa calle mojada—. Espero que sí porque, para serte sincero, tengo muchas ganas de tocarte, Mischa. Ardo en deseos de notar tu preciosa piel en mis manos. Tenerte tumbada sobre mis rodillas. Oír cómo se te entrecorta la respiración cuando te azote. —Hizo una pausa—. Así como estás haciendo ahora. Lo que me dice desde ya cómo vas a responder. Pero tengo que oírlo de tu boca. ¿Te vienes conmigo o te dejo en casa de Dylan para que puedas pensártelo un poco más? ¿Alguna vez le había hablado así un hombre? Tan seguro de sí mismo. A pesar de que le estaba pidiendo permiso… ¿para qué? Para hacer cosas que ella solo había tanteado, pero con las que nunca había jugado en serio, como le proponía este hombre. Con él sería una experiencia completamente nueva. Y la deseaba con todas sus fuerzas. —¿Qué decides, Mischa? —la apremió. Lo tenía tan cerca que captaba el ligero y dulce olor al whisky que había tomado. La cogía de la cintura con una mano y, de algún modo, a pesar de la gruesa capa de lana del abrigo, juró que notaba el calor de su tacto. Se estremeció. —Me voy contigo, Connor. Vámonos.