Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 173

suficiente. Jamás te abres a tus posibilidades, buenas o malas. —¡Mira quién habla! No se podía creer que estuvieran teniendo esa conversación mientras bailaban. Apenas podía creer que estuvieran hablando de ese problema. —Eso es bastante cierto. Cierto incluso con Ginny. —Él se calló y ambos dejaron de bailar. Bajó la mirada hacia ella, con la expresión más dulce que jamás le había visto. Continuó hablando con voz ronca—. Quiero cambiarlo. Dios, Mischa, tú tienes que cambiarlo. Eso es lo que te intento decir. Escucha, ¿no podemos ir a buscar un sitio más tranquilo? Ella asintió, demasiado abrumada por el cambio repentino en su actitud, por lo que acababa de decir, para discutir. Para pensar con claridad. Medio desconcertada, dejó que la condujera por la pista de baile, a través del Garden Court y de vuelta a las escaleras hasta la entrada, que ahora estaba vacía. Le hizo subir otro tramo corto de escaleras a la izquierda para entrar en una galería que estaba tenuemente iluminada, llena de grabados xilográficos de la era Meiji tras un cristal. En el centro de la sala había un banco largo y estrecho y se sentaron en él. —¿Así pues? —preguntó él, arqueando una ceja. Estaba lo bastante cerca para poder inhalar su perfume: la tierra oscura y la lluvia que eran su piel. Cerró los ojos, dejando que se mezclara con el dolor durante un instante antes de abrirlos para volverlo a mirar. —Tú tampoco has permitido que nadie se te acercara, Connor. Tú mismo lo dijiste. Ni siquiera la mujer con la que te casaste. ¿Cómo puede haber cambiado nada para ti? —Ah, pero ahí está la trampa. De todos modos, tú te has acercado. Reconozco que me he resistido. Casi tanto como tú lo estás haciendo ahora. Pero me has calado hondo, Mischa. —Le cogió la mano y, cuando ella intentó apartarla, él se la apretó más fuerte—. Dentro de mí. Dentro de mi corazón. Mischa sacudió la cabeza. Las lágrimas volvían a quemarle, pero esta vez tan fuerte que no sabía si las podría contener. —Déjalo, Connor. —Entonces, apartó la mano. Era demasiado doloroso notar sus manos alrededor de sus dedos. —¿Por qué? ¿Porque resulta incómodo de oír? Créeme, esto tampoco es nada fácil para mí. Pero tengo que decirlo. Ella volvió a negar con la cabeza. —No porque resulte doloroso de oír, sino porque resulta difícil de creer. —No soy ningún mentiroso —dijo él con un tono de voz bajo, peligroso. —No es que piense que mientes. Es que… esto de creer me resulta complicado. —Ah, sí, tienes poca fe —dijo él con ternura. Una pequeña sonrisa se abrió paso en el dolor y la tensión que habían colocado sus labios en una línea dura. —Sí. —¿Y si dejamos todas las precauciones de lado y nos arriesgamos, Mischa? ¿Y si lo intentamos? Porque no sé tú, pero yo me estoy volviendo loco sin ti. No creo que las cosas me puedan ir peor. Su corazón amenazaba con salir volando. No podía permitirlo. ¿Qué pasaría si volaba para acabar estrellándose en el suelo? —¿Y si lo intentamos y no funciona? —preguntó ella, con la garganta tomada por la emoción mientras expresaba uno de sus mayores miedos. —Entonces, al menos, lo habremos intentado. ¿Qué crees que ocurrirá si no funciona? —No lo sé. Algo… espantoso. Lo único que sé es lo que he visto.