Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 171

Y ella tampoco quería nada de él. Al menos, no quería querer nada. Pero la horrible verdad era que sí quería. Lo había sabido desde hacía ya un tiempo. Lo había sabido cuando había dejado Seattle —y también a él— atrás. Lo había sabido en lo más profundo de su alma cuando lo había visto esa noche. Pero ¿cómo podía superar el hecho de que querer aquello le asustara tanto? ¿Cómo podía superar la certeza de que quererlo significaría el fin de todo por lo que había trabajado tanto para ella? Su negocio, su independencia. Su sensación de seguridad. De algún modo, sabía que se sentía segura solo porque había construido un muro defensivo a su alrededor, uno que nadie podía romper. Pero Connor había encontrado la grieta en su armadura. Y no estaba segura siquiera de poder repararla. También era cierto que ni siquiera estaba segura de que Connor quisiera hacer nada más que obtener una disculpa de ella por haber sido tan dura con él. Quizá ya había tenido lo suficiente. Quizá él simplemente sentía la necesidad de decírselo. Una vez más, las lágrimas le picaban en los ojos, pero no iba a llorar. Se puso una mano sobre el corazón desbocado. Tenía que serenarse, estar allí para Dylan. Era lo bastante fuerte para aguantar durante una noche, maldita sea, con o sin Connor. Aspiró hondo, se alisó el vestido y volvió a la sala donde los invitados conversaban mientras bebían champán. Dylan la encontró y le presentó a su abuela. Mischa vio que se parecía muchísimo a una versión vieja de su amiga. Dylan le presentó entonces a algunos amigos, entre ellos a Veronika, la preciosa maquilladora que había conocido en casa de Dylan, y luego Kara le presentó a dos mujeres que recordaba vagamente del Pleasure Dome. Cosa que le hizo pensar de nuevo en Connor. Mirando alrededor, vio que él hablaba con un grupo de hombres. Connor levantó la cabeza y sus miradas se encontraron durante un momento que duró demasiado. A Mischa el cuerpo se le encendió en un abrir y cerrar de ojos. Fue la primera en apartar la mirada mientras sorbía la copa de champán que había cogido de la bandeja de un camarero que pasaba por allí. Finalmente, llegó el momento de que todo el mundo volviera a entrar en el Garden Court, donde habían dispuesto de forma maravillosa las mesas redondas con servilletas y manteles de color marfil. En el centro de cada mesa había un jarrón esférico de vidrio, con piedrecillas lisas en el fondo y lirios de agua menudos de color blanco cremoso y de color verde claro mezclados con diminutas orquídeas trepadoras blancas y verdes. Los platos eran sencillos, de cristal rugoso y esmerilado. Estos dejaban que las preciosas y antiguas obras de arte que ocupaban las paredes fueran el principal foco de atención de la sala. El disyóquey, que quedaba prácticamente fuera de la vista en una de las habitaciones laterales, ponía algo de jazz ligero, elegante y tranquilizador para la cena, mientras todo el mundo buscaba su asiento. Mischa fue hacia la mesa reservada para los padrinos y madrinas y se alegró al descubrir que se sentaba al lado de Dylan, y vio con alivio que Connor se sentaba entre Lucie y Kara. Se centró en Dylan y empezó a decirle que era una novia preciosa, que la ceremonia había sido perfecta, todo eso sin dejar de mirar a Connor por el rabillo del ojo de forma incisiva, inquietantemente consciente de él. Ella lo pilló mirándola varias veces, pero era demasiado difícil saber lo que pensaba. Había un fuego ardiente en esos ojos verdes, pero ¿qué significaba? ¿Rabia? ¿Pasión? ¿Cuál de las dos emociones le asustaba más? Sirvieron la cena, pero ella apenas pudo probar el salmón glaseado con miso. Hizo bajar los pocos bocados que probó con unos cuantos sorbos de champán. Si tenía que charlar con Connor más tarde, necesitaría tener la cabeza clara; iba con mucho cuidado con la cantidad que bebía. Dante se puso en pie y dio unos toquecitos a la copa con la cuchara para anunciar que había llegado el momento de los brindis. El suyo fue divertido y sentimental al mismo tiempo. Mischa se intentó centrar en las palabras, pero todo ese acontecimiento, para gran desazón suya, pasaba en medio de una