Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 166

Dylan gruñó. Mischa la cogió por los hombros y la condujo hacia la cama. —Hora de escoger algo. —De acuerdo. —Creo que debería apostar por la sencillez. El vestido es tan sencillo y glamuroso que deberías dejar que acaparara todo el protagonismo. ¿Qué te parecen estos broches con diamantes y este brazalete? Yo prescindiría del collar. —Lógicamente, tienes razón, como siempre. Si jamás dejas el mundo del tatuaje —no digo que tengas que hacerlo—, serías una gran estilista. O una magnífica muchacha. Sonó el timbre y Mischa volvió a la salita para responder. Eran Kara y Lucie, junto con una mujer alta y atractiva con pómulos marcados y pelo largo, negro y brillante como la tinta. —Mischa, esta es Veronika. —Kara presentó a su amiga, de quien Mischa había oído que se encargaría de maquillar a Dylan. Veronika sonrió y dejó su estuche de maquillaje encima de la mesa, que era un maletín plateado, muy parecido al que Mischa llevaba siempre para transportar sus juguetes sexuales. Esta vez, no lo había traído. De hecho, no lo había abierto desde hacía semanas. —Encantada de conocerte. —Veronika sonrió y mostró una hilera preciosa de dientes blancos. Esa mujer era perfecta, como una modelo. —Lo mismo digo. Y estoy segura de que Dylan también se alegrará de verte; realmente, está empezando a ponerse nerviosa. Creo que se sentirá mejor una vez que empecemos a poner las cosas en marcha. —Y ahí entro yo. ¿Qué te parece aquí, en la encimera? —propuso Veronika. Mischa se tuvo que tragar el recuerdo de cuando había tatuado a Connor en esa misma encimera. Ese no era el momento. Era el día de la boda de Dylan y ella se había prometido que no permitiría que Connor —o su impotencia por cómo se sentía respecto a él— lo arruinara. Veronika se puso manos a la obra con el maquillaje de Dylan mientras que Lucie preparaba una taza de té para la novia y Kara repasaba una lista de proveedores y contactos en el lugar de la boda. Hizo unas cuantas llamadas de última hora para confirmar que todo el mundo estaba donde se suponía que tenía que estar. Mischa estaba encantada de que su trabajo consistiera en ocuparse del pelo de Dylan. Necesitaba todas las distracciones que pudiera tener. Al cabo de dos horas, Dylan estaba a punto, impresionante con su glamuroso vestido de seda de color marfil, estilo años cuarenta, que brillaba como champán líquido sobre su piel pálida, con esa pequeña cola que recorría con elegancia el suelo. Mischa, Kara y Lucie llevaban sus vestidos de damas de honor, todos ellos en diferentes estilos vintage de seda rosa que les llegaba a las pantorrillas. —¿Estás nerviosa? —preguntó Lucie. —Solo estoy a punto —respondió Dylan, irradiando felicidad en su sonrisa, en el centelleo de sus ojos grises. Mischa, por su parte, deseaba tener un ansiolítico a mano. Pero reprimió los nervios y ayudó a Dylan a ponerse el chal de piel sintética color crema para el viaje en limusina hasta el Museo de Arte Asiático. Las mujeres charlaban dentro de la limusina mientras avanzaba por los charcos de las calles y Mischa hizo lo que pudo para estar presente en el momento que era tan importante para su mejor amiga. Pero no podía evitar esa parte innegable de ella que estaba llena de temor ante la idea de ver a Connor. Ni el pequeño nudo de excitación en el estómago. Cuando llegaron al museo, el sol se estaba escondiendo detrás de las nubes plateadas, el pulso se le marcaba en las venas y se sentía como si se