Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 160

menos. ¿Por qué no conseguía encontrar la voz? Intentó carraspear. —Mischa… Ella lo interrumpió, diciendo simplemente: —Hubiese rebatido esa afirmación de que eres un caballero, pero odio contradecir a la señora Tucci. —Tienes razón. Se apretó más fuerte el cinturón de la bata y Connor no pudo evitar notar que el tono pálido de la bata hacía que su piel pareciera todavía más blanca. —Y, a pesar de ello, saberlo tampoco ayuda. Entonces, Connor subió las escaleras hasta que llegó al pequeño porche delantero. Hasta que pudo ver las bolsas bajo sus ojos azules, la expresión recelosa y angustiada en su cara. Preciosa como siempre, pero parecía agotada. Eso le hizo sentirse como una mierda. —Déjame entrar, Mischa. Deberíamos hablar. —¿Deberíamos? Deberíamos haber hablado hace días. Como el día que me dejaste dormida en el sofá. O incluso el día siguiente. Deberíamos haber hablado cuando te llamé. O, al menos, cuando tú me volviste a llamar. Pero tú nunca lo hiciste. —Te llamé —repuso él—. No me lo cogiste. —Demasiado poco, demasiado tarde, Connor. —Lo sé. Pero ahora estoy aquí. —¿Y se supone que debo estar impresionada y echarme en tus brazos? ¿Derretirme ante tus pies, tal y como ya he hecho tan a menudo? Tal y como lo han hecho docenas de mujeres antes que yo, estoy segura. Había una dureza, una agresividad en esos ojos azules que Connor no había visto jamás. —Mischa, entiendo que estés cabreada. —No eres el único que tiene carácter, Connor, aunque no sea irlandesa. Se quedó momentáneamente paralizado. Se balanceó sobre sus talones y notó cómo se le abrían las fosas nasales. Su voz era un gruñido ronco. —Jamás he mostrado mi carácter contigo. Ni una sola vez. —Venga, supera todos tus dramas, Connor. Estoy cabreada y punto. —Mierda. Lo sé. Yo… —Se detuvo, se frotó la cabeza con una mano—. No te culpo. He sido un auténtico gilipollas. He actuado como un inconsciente. Y he venido hasta aquí para pedirte disculpas. Por favor, déjame entrar. Hablemos de ello. —¿Por qué, Connor? ¿Porque no puedes soportar perder? —Esto jamás ha sido una competición. Ni siquiera lo entiendo. ¿Contra quién competiría? —Contra ti, quizás. No lo sé, Connor. Lo único que sé es que estoy harta de esto. —¿Harta de esto? —repitió él. —Harta de eludir todo esto como si se supusiera que no debemos tener sentimientos; tú y yo, que somos demasiado fríos para eso. ¿No? El puto dominante y la tatuadora. Pues bien, somos duros. O lo éramos, al principio. Y, personalmente, pretendo volver a eso. A no tener que preocuparme por todas esas… tonterías. A que no me den falsas esperanzas para después joderme bien jodida. —Mischa, por favor… Escucha, todo lo que dices es justo, no lo voy a negar. No estoy aquí para discutir. —¿Por qué estás aquí, Connor?