Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 157

Sonreír le hacía un poco de daño, pero no lo pudo evitar. —Gracias, Grey. Eres un amigo de verdad. Habló con tono más serio. —Lo soy, ya lo sabes. —Lo sé. —Así pues… Esto de hablar de emociones es terreno nuevo para nosotros, en lugar de quejarnos de la familia o del trabajo, pero si me necesitas, aquí me tienes. —Te lo agradezco. De verdad que sí. —Pero no piensas contarme qué ha ocurrido entre tú y Connor. Hizo que no con la cabeza, aunque sabía que él no la podía ver. —Ahora mismo, no puedo. Estoy cabreada. Y estoy… dolida. Y todavía no puedo hablar de ello. El mero hecho de admitir eso en voz alta era como si le hubieran metido un atizador al rojo vivo en el pecho, y tuvo que respirar de forma lenta y continua. —Pues bien, estoy aquí por si necesitas algo —volvió a repetir Greyson. —Gracias. Y gracias por no insistir en ello. —Cuando quieras. Después de reprogramar la llamada en conferencia con su abogado y colgar, se puso en pie y se fue hasta la ventana. Su apartamento se encontraba en una calle tranquila de North Beach, uno más de una larga hilera de apartamentos victorianos preciosamente detallados. El sol se estaba poniendo, con los últimos rayos del día acariciaba el estilo abigarrado y cargado de las casas que había al otro lado de la calle con pálida luz invernal. Últimamente, odiaba ese momento del día. Desde que había vuelto de Seattle. Las noches se hacían interminables y, aunque las puestas de sol siempre le habían parecido hermosas, ahora no significaban nada más que el preludio de la noche larga y oscura que tenía por delante. Había intentado mantenerse ocupada, trabajar en el estudio hasta lo más tarde posible, pero ese día no había tenido ningún cliente después de las tres. Había intentado alargarlo, buscando cualquier tarea estúpida para hacer pero, finalmente, había tenido que largarse; no se distraía y sabía que estaba volviendo locos a los empleados. Solo cuando trabajaba en un tatuaje se podía concentrar lo bastante para que ese dolor constante y torturador desapareciera. Ahora se daba cuenta de que una ridícula parte de ella había confiado en que si vo