Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 147

llenaba. El placer era como un rayo que la chamuscaba. La sorprendía. Ella hacía fuerza contra él, haciéndola entrar hasta el fondo. Connor levantó las manos para acariciarle los pechos, con los dedos tirándole los pezones mientras la follaba. Su pene era un mango sólido de carne aterciopelada. El deseo era como una luz radiante, insinuándose en cada fibra. De pronto, el placer salió en todas las direcciones: su coño, sus pezones, incluso sus caderas que chocaban contra el cuerpo de ella. Era su aroma, su piel. Crecía potente, innegable. Y, finalmente, irresistible cuando el clímax la aplastó. La luz llenó su mente, deslumbrándola mientras se corría. —¡Connor! Oh… —Cariño, sí… sí… córrete para mí. Dios, me estoy corriendo, preciosa. Ah… Arqueó la espalda para meterse más en ella, prolongando su orgasmo. E incluso a través del preservativo, Mischa notaba el calor, la fuerza del clímax de Connor. Entonces, notó cómo temblaba ese cuerpazo y el calor jadeante de su aliento en el aire. —¡Ah! Era un sonido primario, un grito animal de placer exquisito. Mischa lo sabía y notó cómo reverberaba en su cuerpo. Connor salió de dentro de ella y la atrajo hasta que se tumbaron juntos en el sofá. Connor tras ella, acoplándose perfectamente a su cuerpo, besándola. Mischa se notaba completamente suelta, relajada. Confiaba en que él sintiera lo mismo. Ella no necesitaba preguntarse qué estaba ocurriendo entre ellos. Habían pasado una noche extraña y alucinante, diferente de cualquier experiencia que jamás hubiera tenido con un hombre. Estaba agotada, débil. Demasiado cansada para cuestionar nada de eso, tal y como normalmente haría. Y quizá, solo esa vez, eso era bueno. De momento, se limitaría a disfrutar del enorme cuerpo de Connor, fuerte, tras el suyo. Disfrutaría de cómo le ponía un brazo alrededor de la cintura, con la mano abierta sobre su estómago, en plan posesivo. Sí, por una vez en la vida, estaba preparada para soltar las riendas que siempre aferraba con fuerza. De su vida. De ella. De su corazón. Estaba preparada. Con esos pensamientos, con esa esperanza en la cabeza, cerró los ojos contra la pálida luz matinal y se durmió. Connor abrió los ojos y, por el ángulo en que entraba la luz del sol por las ventanas, dedujo que no habían dormido más de una o dos horas. Mischa respiraba con un ritmo pausado. Todavía dormía. Tan tierna a su lado. Tan perfecta en sus brazos que Connor apenas podía respirar. A Connor se le aceleró el pulso; el corazón seguía una cadencia frenética contra el tórax. Tenía que levantarse. Negó con l H