Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 146

«Te quiero.» Mischa no lo podía decir en voz alta. Pero lo podía pensar. Y, en ese momento, no había nada en ella que pudiera resistirse a eso. Connor continuaba moviéndose por la habitación, girando páginas del cuaderno, empezando un dibujo nuevo y, luego, pasando muy rápidamente a otra página. Al cabo de un rato, ella consiguió ver que sus movimientos seguían un ritmo, el modo en el que cambiaba de posición, en el que dibujaba desde ángulos diferentes. Y ella se sumió en ese ritmo, de forma muy parecida a como lo hacía cuando él la azotaba o fustigaba. Finalmente, él le dijo: —Gírate, Mischa. —¿Qué? —Estás un poco distraída, ¿verdad? Suele ocurrir. Y me gusta verte así. De hecho, es perfecto para lo que tengo pensado. —¿Qué es? —preguntó ella. Pero antes de que obtuviera una respuesta, él la puso sobre su estómago con esas manazas como si no pesara nada y empezó a azotarla. —¡Oh! Connor no dijo nada y se limitó a mantener un ritmo duro y castigador, con las palmas cayendo encima de su carne caliente hasta que las nalgas le ardieron. Y la necesidad le quemaba con igual fuerza entre los muslos. Se detuvo y ella habría jurado que había oído cómo Connor jadeaba mientras metía una mano entre sus muslos, tocaba sus fluidos, haciendo que su coño se apretara. —Te tengo que dibujar ahora, con tu culo con ese precioso tono rosa. Se quedó dónde estaba con el estómago sobre el sofá, manteniendo levantada la parte superior del cuerpo, apoyándose sobre los codos. Sus pechos peinaban la superficie de terciopelo y el tapizado era suave sobre sus pezones hinchados. Ojalá él se detuviera un momento para tocarlos, para pellizcarlos… Pero muy pronto ella cayó en esa pauta fácil de respiración e inmovilidad, entregándose. Le zumbaba la cabeza; tenía los ojos medio cerrados bajo la luz brumosa que se filtraba por las ventanas, que le invadía la mente como un velo. El tiempo pasaba, aunque ella había perdido toda noción. No parecía importar. —Mischa —dijo por fin él. —¿Mmm? —Es la hora. De pronto, él estaba tras ella, con sus caderas desnudas apretando contra las nalgas que todavía le dolían, con el brazo alrededor de su cintura, poniéndola de rodillas. Entonces le separó los muslos con las rodillas, metiendo la punta de su polla enfundada entre los labios hinchados de su coño. A Mischa le encantaba cómo hacía aquello, cuando la cogía por sorpresa. Empezó enseguida, sin previo aviso. Era demasiado bueno. —Connor… —Te voy a follar, cielo. Voy a metértela fuerte. Coge aire. Ella obedeció, temblando como una hoja, mojándose de forma imposible. Se la metió hasta el fondo con una sola embestida. —Ah, Dios, Connor. Retrocedió, balanceó las caderas y arqueó la espalda con su gruesa polla, caliente y vibrante; la