Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 143

Trece Eran pasadas las cinco de la madrugada cuando hubo terminado. Volvió a secar la piel y observó su obra. El dragón era macizo y cubría toda la parte superior de su espalda. Era una de las mejores obras que había hecho jamás, con los detalles perfectos: las escamas sombreadas, la lengua roja y chasqueante, los puntos malvados de la garra y el ala. La actitud del dragón le iba como anillo al dedo a Connor: una bestia de elegancia y poder. —Terminado —le dijo ella. «Ni siquiera puedo pensar esa palabra.» —Ah, bien. Vamos a mirarlo en el espejo. Ella lo siguió hasta el lavabo y le dio el espejo de mano que guardaba en su neceser, que él sostuvo alto para poder ver el reflejo de su espalda en el enorme espejo con marco de peltre que había encima de la pila. Ella lo miró junto a él, por encima de su espalda; o, mejor dicho, a su alrededor. Disfrutó con la visión de sus fuertes músculos, viendo cómo se doblaban cuando él cambiaba de posición, al igual que el tatuaje que ella había hecho. —Es alucinante. —Su voz delataba auténtico asombro—. Mejor de lo que jamás habría imaginado. Es curioso cómo todo parece juntarse de un modo nuevo, ahora que está completado. Salvo que, a veces, en mi trabajo veo lo mismo. Da igual cómo lo imagines, cómo se juntan las líneas mientras trabajas en ello; el producto final tiene magia propia. —Mi trabajo me hace sentir muchas veces así. Jamás está completo del todo hasta que no he terminado. Ni siquiera la imagen en mi cabeza. —Sí, exactamente. —Dejó el espejo en la base de la pila, se inclinó y le plantó un beso en la frente, un beso que a ella le pareció dolorosamente tierno—. Gracias. Es mucho más que precioso. —De nada. Connor se apoyó en la encimera para mirarla. Tenía una expresión sombría. Indescifrable. —Me gusta que nos entendamos. Que, en cierto modo, ambos seamos artistas. No digo que lo que yo hago sea comparable a tu trabajo. —Por supuesto que lo es. No entiendo por qué lo dices. —Un trabajo por encargo no es arte. —Sí que lo es. Y, de todos modos, la mayoría de las veces es lo que hago. Los clientes me dan instrucciones que debo seguir. Continúa siendo arte porque es nuestra interpretación de la imagen. Siempre ponemos nuestra voz artística. —Mmm, supongo que tienes razón. Generalmente, no lo veo así. Supongo… que creo que pierde un poco de valor porque me pagan por hacerlo. —Eso me parece como un sentimiento latente de culpa —le dijo ella bromeando, pues le relajaba la facilidad con la que hablaban. —Bueno, me educaron en la tradición católica, de modo que la culpa es un sentimiento inherente, ¿no crees? —Eso me han dicho. La expresión de Connor había cambiado mientras hablaban y ahora sus ojos brillaban con un color verde profundo y precioso y esas motas doradas centelleaban. —Mischa, deja que te dibuje —le pidió él de repente. —De acuerdo.