Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 140
sus estocadas, el pene y las caderas. Le encantaba que no hiciera más que gemir y jadear, y que se
agarrara a él aún más.
Se le nubló la vista y de repente ella se convirtió en una explosión de colores como en una acuarela,
en la que solamente distinguía sus ojos azules, sus labios rojos y su piel de porcelana. Cuando llegó al
orgasmo, lo vio todo negro y cayó sobre ella, entre sus brazos, en su cuerpo.
«Mischa.»
Estaba enamorado de ella.
«No.»
Se estremecía con un placer indescriptible, de pura emoción al correrse en ella, y al mismo tiempo
con un nefasto temor.
«No puedo quererla. Sin embargo, la quiero. Mierda, no puede ser.»
Quería retirarse de ella pero estaba demasiado cansado después del clímax. Demasiado cansado por
la emoción que le invadía, como si esa sensación le retuviera. No podía hacer otra cosa que quedarse
tumbado sobre su suave cuerpo.
Ahora no podía pensar en eso. No le encontraba el sentido, aunque no había nada que descifrar
tampoco. Era lo que era y no podía hacer nada al respecto.
No era por el sexo, por muy excepcional que fuera, por lo increíble que era con ella, aunque sí fue
entonces cuando se dio cuenta. De repente, como un bofetada. Pero no, era por ella, por quien era y la
manera que tenía de ver las cosas, su creatividad y su empuje.
¿Alguna vez había sido capaz de pensar tan lúcidamente después de correrse?
Inspiró hondo y captó su olor… como una especia exótica que solo identificaba con Mischa.
Necesitaba… ¿qué? Sentir esa conexión con ella de otro modo que no fuera mediante el sexo. Era
una locura, pero era verdad.
—Mischa.
—¿Mmm? ¿Qué pasa?
Ella le exploró la espalda con las manos; las yemas de sus dedos le acariciaron toda la piel y tuvo
que permanecer callado un rato del placer que le proporcionaba.
—¿Puedes seguir con el tatuaje?
—Claro. ¿Cuándo te va bien que lo haga?
—Ahora.
—¿Ahora mismo?
—¿Te ves capaz?
—Claro, siempre estoy lista para tatuar —respondió ella con un tono arrogante y esa intensidad que
tanto le gustaba a él.
—Sé que es tarde. ¿Podrías terminarlo esta noche? —le pidió.
—No me importa que sea tarde. Además, con una sola sesión más larga ya terminamos. Pero
tendrás que ayudarme a levantarme primero.
Él se apartó no sin esfuerzo. Qué tentador era quedarse ahí mismo, encima de su cuerpo dócil y
maleable entre los cojines. Pero necesitaba que le tatuara, que le introdujera más tinta en la piel. Tener
ese momento en el que solamente estaban ellos dos, con el zumbido de la aguja de fondo y las
endorfinas por doquier en su organismo. Que ella hiciera lo que más le gustaba y que lo hiciera con él.
Ella desapareció y entró en el dormitorio mientras él se ponía los vaqueros. Volvió con los
pantalones de yoga y una camiseta rosa que se le pegaba como una segunda piel. Tenía el pelo algo
alborotado y sus mejillas seguían encendidas tras haber hecho el amor. Ella le sonrió mientras le
pasaba por delante para coger el maletín rojo en el que guardaba el material, que había dejado junto a