Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 139

tu piel. Tu olor me enloquece. Es… Se detuvo y a ella le pareció que dejaba de latirle el corazón un momento, aguardando a que terminara la frase. Connor negó con la cabeza y la mirada se le oscureció todavía más por el deseo y las ganas. —Tengo que follarte ahora mismo, ¿lo entiendes? Ella asintió, aunque en realidad no lo entendía. No sabía a qué se refería, qué había estado a punto de decir y se había callado. Lo único que sí sabía era que si no iba a decírselo, que entrara en ella era lo siguiente que más le importaba. —Ábrete para mí —le ordenó en voz baja pero de forma tan autoritaria como siempre. Ella se abrió de piernas y le rodeó la espalda mientras él la penetraba. La llenó con su miembro, algo más grande de lo que ella podía albergar y que, a pesar de todo, no le parecía suficiente; quería más. Quería más de Connor. «No pienses en esto ahora.» No, pensaba únicamente en el inmenso placer, en el deseo ardiente que fluía por sus venas. En la sensación increíble de su cuerpo musculado, que la apresaba contra los cojines del sofá. En su peso al retenerla ahí debajo. En su corazón, que latía al compás del suyo. Connor cerró los ojos, arqueó las caderas y se introdujo en ella despacio. El placer era como un líquido espeso en sus venas, en su miembro y, de algún modo, también en su pecho. No se atrevía a abrir los ojos, a mirarle a la cara, en ese momento. Sabía que perdería la cordura si lo hacía. Pero cuando ella suspiró, no pudo contenerse más. Era tan malo como pensaba que podría ser. O tal vez era mejor. Tenía las mejillas sonrojadas, las pupilas dilatadas y los ojos azules, vidriosos. Sus labios eran de un rojo cereza, a pesar de que el carmín casi se le había borrado por la voracidad de sus besos. Era la mujer más hermosa que había visto nunca. Era la única mujer a la que deseaba. «No, joder. Ahora fóllatela.» La embistió y notó la sedosa sensación de su sexo al acoger su pene. Mischa le sujetaba por los hombros y bajó las manos hasta la espalda, algo que le hizo sentir un calor repentino que casi le hacía estremecerse. «Céntrate.» La sacó hasta la punta y la penetró con fuerza. —Ah, Connor. «Sí, di mi nombre. Necesito oírlo.» «No.» La retiró de nuevo y la metió hasta el