Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 133

Mischa hizo un ademán con la mano. —Puedo hospedarme en un hotel hasta que encuentre piso. —No seas tonta. Iba a alquilar mi piso después de la boda, pero puede esperar. ¿Por qué no te quedas ahí? «O en mi casa.» ¿En qué narices estaba pensando? —No quiero ser una molestia. Al menos déjame que te pague el alquiler. —No hace falta. —Pues claro que sí. No pienso aceptar lo contrario. Pero si te va bien de verdad, me encantaría quedarme en tu casa; siempre me he sentido cómoda y será genial tener un sitio en el que estar tranquila con todo el estrés de abrir un estudio. —Pues entonces está hecho. Mischa le sonrió a su amiga. —Eres un encanto, Dylan. ¡Ay, los calamares! Me muero de hambre. Connor resopló cuando pusieron la comida en la mesa y los demás se distrajeron. No quería pensar demasiado en el hecho de que Mischa regresara a San Francisco o en qué pasaría —o no— cuando volviera a Seattle. Nada de expectativas. ¿En qué habían quedado? ¿Por qué no podía dejar de comerse el coco? Además, ¿comerse el coco no era casi lo mismo que albergar expectativas? Mischa le notó tenso a su lado y se preguntó qué le pasaba. Ella se lo estaba pasando bien y él conocía a Alec y a Dylan, debería de estar igual de cómodo con ellos. La cerveza japonesa estaba buena y la tempura de calamares aún mejor. Aunque lo mejor de todo era la promesa del polvo fantástico que tendrían después, como siempre. ¿Qué le pasaba, entonces? Volvió la cabeza para intentar leerle la expresión mientras miraba a Alec, que le devolvía la mirada. ¡Hombres! Eran imposibles de descifrar. Se rindió y se centró en la comida. Durante la cena pareció que Connor se relajaba un poco porque la conversación había vuelto a versar sobre la boda, los amigos mutuos que acudirían al evento, y por qué Dylan y Alec querían saltarse sendas despedidas. —Mischa, ¿me acompañas al servicio? —le preguntó Dylan cuando hubieron retirado los platos. —Claro. —¿Por qué las mujeres no vais al servicio solas? —preguntó Alec, que se levantó cuando Dylan se incorporó. Connor hizo lo mismo con Mischa, y tuvo que reconocer una vez más que le encantaban estos modales de antaño que observaba en los hombres dominantes. —Tenemos que desaparecer de vez en cuando para que los hombres aprendáis a apreciarnos — sentenció Dylan. —Yo siempre te aprecio, cariño —le dijo Alec, cuya adoración por su futura esposa se reflejaba en su rostro. Ella le sonrió y se acercó a darle un beso mientras Mischa notaba un nudo en el estómago. ¿La apreciaría más Connor cuando hubiera regresado a San Francisco? Qué complicado era todo, ¿no? Tendría que salir del estado para que la echara de menos. ¿Por qué tenía que importarle tanto? —Vamos, Misch. Ella sacudió la cabeza en un intento de calmar esos pensamientos errantes mientras seguía a Dylan