Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 131

Doce Connor no le quitó la mano de la espalda a Mischa mientras recorrían Koi, el restaurante japonés en el que habían quedado para cenar con Alec y Dylan. Era algo raro ir juntos, en plan pareja, pero Alec se lo había vuelto a pedir, le dijo que le estaba dando demasiadas vueltas y que quedaran ya de una vez. Era algo que no experimentaba desde hacía tiempo, no así, al menos. Era diferente que llevar a una mujer a una fiesta o al Pleasure Dome. Al mismo tiempo también se le antojaba natural porque era Mischa con quien iba. Todo era natural con ella. Las cosas entre ambos habían sido muy fáciles en la última semana, desde la noche en la que le tatuó. También lo fue la charla reveladora que mantuvieron en la mesa de la cocina. Reveladora por ella, claro, aunque se alegraba de haber podido hablar. Desde entonces Mischa se había mostrado más abierta en todos los sentidos. Incluso hizo que el sexo y el juego de poder fueran muchísimo más excitantes. Y se estaba mintiendo a sí mismo si pensaba que eso era lo único excitante. «Ahora no.» No, ahora veía la imponente figura de Alec en una mesa cerca de la ventana con Dylan, que parecía diminuta a su lado. Tenía la cabeza apoyada en la de ella, cuyo melena cobriza resplandecía en la ligera penumbra del restaurante. Dylan tenía un pelo precioso, pero no era comparable con el pelo dorado de su Mischa. «Su.» Joder. En un gesto posesivo le apretó la cintura con los dedos —necesitaba hacerlo aunque fuera solo un momento— y ella se volvió hacia él con una mirada inquisitiva. Connor sonrió y ella se encogió de hombros. —Hola. —Alec se levantó para saludarles. Le dio a su amigo unos buenos golpecitos en la espalda y se inclinó para besar a Mischa en la mejilla antes de que Dylan se levantara para abrazar a ambos. Connor le retiró la silla a Mischa para que se sentara y luego se instaló a su lado. —Espero que no llevéis mucho rato esperando. El tráfico era un horror —dijo él al tiempo que se colocaba la servilleta en el regazo. —Nada, unos minutos solo —contestó Dylan—. Nosotros también hemos encontrado tráfico pero ya hemos pedido unos calamares y una ronda de cervezas. Espero que os guste. —Vaya, ¿tú eras la sumisa? —bromeó Mischa. —¡Ja! ¡Mira quién habla ahora, guapa! —exclamó Dylan con una sonrisa a pesar de la protesta, y Alec le sonrió. —Vaya cara de bobitos traéis los dos —les dijo Connor. —De bobitos felices —repuso Alec, que le cogió la mano a Dylan y se la acercó a los labios para darle un beso—. Deberías probarlo algún día. —Qué va, ser feliz no va conmigo. Nada más decirlo se dio cuenta de que lo creía de verdad, al menos en gran parte. Miró a Mischa y trató de olvidarlo. Ahora mismo era bastante feliz, ¿no? Llegó el camarero con las cervezas. Se sirvió la suya en un vaso alto y sirvió también la de Mischa. Tragó saliva. —Bueno, ¿y cómo lleváis los preparativos de la boda? Me imagino que habréis acabado ya, ¿no?