Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 123

Connor le cogió el maletín rojo y ella lo siguió. Vio cómo lo dejaba en el suelo y se concentró en montar el pequeño taller encima de la gran mesa de comedor de cristal mientras él entraba a la cocina a por agua para ambos. Tenía que tranquilizarse, dejar de diseccionar lo que significaba esta breve conversación, si es que quería decir algo. La verdad es que no le encontraba ningún sentido. Estaba claro que él quería seguir viéndola. El modo en que la besaba ya lo denotaba, aunque él no le hubiera dicho nada. Pero no quería nada más con ella. Le había dejado claro que cuando regresara a San Francisco, habrían terminado, ¿no? Y eso sería lo mejor. No podía permitirse que un hombre la trastocara de esta manera; había mucho en juego. Tenía que centrarse en abrir su nuevo estudio. Su negocio y su éxito en general residían en quién era, además de en sus habilidades artísticas. No iba a mandarlo todo al garete por un hombre, como había hecho Evie. Si comprometía o ponía en peligro esa promesa que se había hecho a sí misma hacía tiempo —tanto que ni siquiera recordaba cuándo había cambiado de opinión— arruinaría todo lo que había construido con tanto empeño. «Va, céntrate y sigue adelante.» Cuando él volvió, le dio una botella de agua y ella la aceptó. Siempre había sabido lo que quería. Y ni Connor Galloway, ni sus sentimientos hacia él la harían cambiar de rumbo. —Vamos —le dijo ella—. Pongámonos manos a la obra. Se pasaron las cinco horas siguientes con la aguja de tatuar zumbando y de fondo la música del iPod de Connor. Ninguno de los dos dijo gran cosa salvo comentar una canción o los momentos en que Mischa comprobaba si le dolía o si se cansaba. Le gustaban estas sesiones largas de tatuaje. Muchos artistas limitaban las sesiones a dos o tres horas, pero a ella le gustaba tener la oportunidad de concentrarse realmente en una pieza y dejarse llevar por la obra. Era una especie de meditación y la hacía sentir más conectada con su arte. Estaba avanzando muchísimo: la mitad inferior del dragón ya iba tomando forma y había podido dar detalle a las alas. Al final llegó al punto en el que había estado tatuando en toda la piel disponible que no se estaba curando desde la última sesión y entonces paró. Se sentó en el taburete para ver el conjunto y le gustó lo que vio. Iba a ser un tatuaje precioso cuando estuviera acabado. —¿Quieres mirarte en el espejo? —Pues claro. Lo siguió al lavabo y con un escalofrío recordó todas las veces que habían hecho el amor en la ducha, con el agua resbalando sobre su piel desnuda. Inspiró hondo. «Tranquilízate.» Connor se miraba la espalda en el espejo de la pared y ella le dio uno de mano que siempre llevaba en su equipo de tatuar. —¿Qué te parece? —le preguntó. —Es impresionante. Queda mejor en la piel que en el boceto. Es increíble lo mucho que has avanzado hoy. —Es que trabajo rápido y tú lo aguantas fenomenal. No todo el mundo puede estar sentado durante tanto tiempo. —Eso es por mi sangre irlandesa rural. Vengo de un ganado la mar de fuerte. —Sonriente, le guiñó un ojo. De repente la tensión se había esfumado, al menos por su lado; ella seguía sintiéndose algo insegura, sobre todo ahora que había dejado de tatuarle. Quería —o necesitaba, mejor dicho— recuperar algo de control. Aunque con Connor no era ella la que llevaba las riendas…