Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 121

—Además, tiene que venir a seguir con el tatuaje que me está haciendo —contesto él al tiempo que cogía el lápiz y empezaba a dar golpecitos sobre la mesa de dibujo. —No sabía que te estaba haciendo un tatuaje. —Sí. Tiene una mano increíble. —Lo sé. Nos hizo uno precioso a Dylan y a mí anoche. —Ah, es verdad. Me dijo que os iba a tatuar algo. —Parece que sabes mucho de lo que hace para ser alguien a quien no le gustan las cosas «de pareja». —Que te den, Alec. Él se rio. —Bueno, te dejo. Ya hablaremos. Colgaron y Connor se sintió algo más centrado. Alec tenía razón. Podía dejarlo pasar, que las cosas fluyeran como lo que eran: un sexo increíble con una mujer hermosa que dentro de dos semanas se marcharía a California para seguir con su vida. No hacía falta que se recordara que, cuando su nuevo estudio estuviera inaugurado, tendría parte de vida también en Seattle. Pero dos semanas más, en lugar de una… era genial, ¿no? Sacudió la cabeza y agarró el lápiz. Ojalá lo supiera seguro. Mischa levantó la mano para llamar a la puerta azul de Connor. El corazón le iba a mil por hora. Retiró la mano y se mordió el labio. Volvía a sentirse ridícula. Solo porque se hubiera dado cuenta de qué sentimientos albergaba por él… Joder, es que ni siquiera podía pensar en esa palabra. No tenía por qué cambiar nada; eso es lo que intentaba decirse. Cambió de mano el maletín rojo de piel en el que llevaba todo su equipo para tatuar y llamó a la puerta con firmeza. Mucho mejor. Hasta que Connor abrió la puerta. Se le cortó la respiración al ver su enorme pecho y el jersey negro que se le ceñía como una segunda piel. Fue aún peor cuando le miró los ojos verdes y notó como si se sumiera en sus profundidades. Los ojos de ese hombre eran todo un mundo… —Hola —le dijo con una voz gutural que le hizo temblar las piernas. —Hola. Ella sonrió y trató de recobrar la compostura cuando le cogió el maletín y la hizo pasar cogida de la mano. Dejó el maletín en el suelo con cuidado, le quitó el abrigo, la acercó y la besó con dulzura. Su boca era dura y suave a la vez; su lengua, dulce. Empezó a besarla apasionadamente y a ella se le encendió el cuerpo de las ganas cuando la atrajo hacia sí. Se dejó llevar por su cuerpo, por él. Notaba ya como su cerebro empezaba a apagarse. Él la soltó y la apartó un poco. —Joder, Connor. —Ya, ya lo sé, por eso he parado. Tenemos trabajo que hacer. Ella tragó saliva. —Sí. Se quedó mirándola un buen rato y se la acercó otra vez. La besó con tanta fuerza que pensó que le lastimaría los labios. No le importaba. Él le abrió la boca con la lengua, sedosa como el terciopelo mientras ahondaba en ella. Le pasó un brazo por la cintura y la sujetó con ganas. La otra mano se