Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 119

Once Connor se apartó de la mesa de dibujo y se puso de pie. Llevaba levantado desde las siete de la mañana, había tratado de trabajar todo el día, pero la concentración brillaba por su ausencia. Eran casi las tres y apenas había hecho nada. Se pasó una mano por el pelo y miró la hilera de ventanas. Había colgado las mismas persianas que en el resto del apartamento cuando transformó el segundo dormitorio en un despacho, pero aquí las tenía siempre subidas, dejando las ventanas abiertas al cielo de Seattle. Le gustaba ver las distintas tonalidades de gris de las nubes y la niebla, esos extraños momentos en los que el sol lograba filtrarse. Le gustaba sentir el ritmo de la ciudad. Normalmente le inspiraba; hoy, no. Como le había dicho a Mischa, su trabajo se regía por contratos de obra y servicio, y ahora mismo se encontraba entre dos plazos de entrega. No obstante, estaba barajando un par de ideas sobre un videojuego nuevo para una empresa de fuera de Los Ángeles y necesitaba dibujar algo en las próximas semanas. Los últimos dos días habían sido muy decepcionantes y al final había optado por ir al gimnasio y hacer ejercicio como un poseso para quitarse de encima… ¿qué? Lo que fuera que le tuviera tan descentrado. «Ya sabes lo que es.» Mischa. No se lo podía creer. ¿Cuántas veces se lo había repetido desde que se conocieran? Demasiadas, pero era la verdad. Resopló y volvió a sentarse a la mesa de dibujo. —Va, hazlo y punto —dijo en voz alta. Cogió el lápiz y agachó la cabeza para empezar a trabajar, pero lo único en lo que podía pensar era en la piel cremosa de sus hombros y el exuberante rojo de sus labios. Y en lugar de los interiores de la nave interestelar que se suponía que debía hacer, fue su cara la que empezó a aparecer en la página. —Maldita sea… —murmuró. Se dio por vencido y dejó que la mano le guiara. La curva de sus pómulos, la mandíbula, sus pestañas largas y densas. Luego sus ojos… aunque había algo en ellos que no conseguía dibujar con exactitud. Necesitaba tenerla delante, que posara para él. Habían hablado sobre eso. Habían quedado en que seguirían con el tatuaje más tarde y estaba contento como un cachorrillo, esperando tener noticias de ella. Eso le hacía sentir como un gilipollas. Se levantó otra vez y empezó a pasearse por el piso. Caminaba de arriba abajo por el parqué, pasando por delante de la estantería llena de libros de arte que había ido ampliando con los años: ilustraciones de cómic, arte clásico, fotografía. Delante de los libros había algunas fotografías enmarcadas: sus hermanas, Clara y Molly, su madre en el jardín. Habían sido las únicas mujeres en su vida —realmente dentro de su vida— desde Ginny. Sacudió la cabeza. En realidad nunca había dejado entrar a Ginny. ¿Por qué debía de ser eso? ¿Qué le daba tanto miedo? Porque ahora se daba cuenta por primera vez de que siempre se contenía. Lo sabía porque Mischa Kennon lo tenía acojonado. Se sobresaltó cuando sonó su móvil. Soltó una palabrota al cogerlo. —Alec. —Alguien está cabreado. —Sí, de aquella manera. No, le estaba dando vueltas a algo. Lo siento.