Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 115

lo aguantó en los pulmones mientras le soltaba la primera pinza. Notó una punzada de dolor en las entrañas. —¡Joder! —Va, respira, Mischa. Puedes hacerlo. Le tocó la nuca, donde le hizo un masaje mientras ella trataba de inhalar, intentando obedecerle. Pero el dolor era terrible… hasta que las endorfinas entraron en juego y notó una oleada de puro placer. Se le metió en el sistema y la encendió entera. El sexo se le empapó del gusto. —Oh… —gimió. —¿Está bien, eh? Resiste. Estaba aturdida. El dolor y el deseo subieron como la espuma en cuestión de segundos. —Voy a quitarte otra —le anunció. Ella inhaló y soltó el aire mientras el dolor impactaba contra ella de nuevo. Esta vez se le antojaba más intenso, como un cristal que se hiciera añicos y cuyos fragmentos se le clavaran en la piel y en la mente. Gimió y jadeó hasta que volvió a fundirse en un deseo increíble e inexplicable. Lo hizo una y otra vez, y cada pinza le hacía sentir una serie de punzadas de intenso dolor que parecían introducírsele aún más en la piel. Cada explosión de dolor iba seguida de una descarga de sustancias químicas en el cerebro que le hacía sentir un placer indescriptible con el que su cuerpo entero ardía. Podía correrse con esta embriagadora mezcla de dolor y placer extremos, y por todo lo que tuviera que ver con Connor. Cuando le desprendió la última pinza, arqueó la espalda acercándose a él y no supo si se había caído de la cama o él la había levantado pero, de repente, se vio en su regazo en el suelo. Él la estaba besando mientras se dejaba llevar por las últimas sacudidas de dolor. Tenía la piel encendida y el sexo ardiendo, completamente mojado. Lo necesitaba. El le cogió ambos pechos con las manos y le masajeó la piel dolorida, lo que le trajo una nueva serie de sensaciones. Ella se acercó más a él, captando su esencia y succionándole la lengua con ganas. Con las manos trató de quitarle la ropa a ciegas. Él se quitó la camisa y sus palmas encontraron su torso fuerte y cincelado. Al hallar sus pezones les dio un buen tirón. Él gimió y Mischa volvió a hacerlo. Connor le puso una mano en el pelo y tiró de la cabeza hacia atrás hasta hacerla bajar de su regazo y tumbarse en el suelo. Entonces se le subió encima y le separó los muslos con los suyos. Los vaqueros le habían desaparecido por arte de magia. Su pene, hinchado y enorme, estaba ya a las puertas de su cuerpo, introduciéndose entre los pliegues húmedos de su sexo. Ella se abrazó a su espalda en un intento de acercarle más. —Venga, Connor —le imploró. —No puedo… esperar más, joder. Un condón. Se hizo a un lado; ella volvió la cabeza y le vio sacar un preservativo del bolsillo de los vaqueros. Se alegraba de que estuviera preparado porque no podía esperar más. Ya no hacía falta. Se lo puso, le cogió los muslos con ambas manos con fuerza y la penetró. —Ah, joder, Connor. Su polla era enorme y la llenaba por completo, embistiéndola fuerte con una cadencia castigadora. —Mischa… Levantó la vista y le vio el rostro contraído del placer. Una vez más notó las lágrimas a punto de brotar y no sabía por qué. A su cuerpo le encantaba el sexo duro, cómo la llevaba a su antojo, hincándole los dedos en los muslos, teniéndola abierta y así de lasciva. La observaba con atención y supo que había reparado en sus lágrimas. Era incapaz de detenerlas. Hasta le cambió la expresión y frunció el ceño.