Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 111

vestido. Estaba a punto de quitarse el liguero de encaje rojo a juego que sujetaba las medias de rejilla, pero Connor le puso una mano encima de la suya para detenerla. —Déjatelo puesto. Y los zapatos. Acompáñame. Se dio la vuelta y ella lo siguió; los tacones repiqueteaban en el suelo de madera. Él se paró para recoger los abrigos del sofá y luego siguió hacia el dormitorio. No se volvió ni un instante; simplemente supuso que ella lo seguiría, cosa que hizo, claro. No lo cuestionó ni un momento, aunque aún tenía que superar esa pequeña parte de ella que seguía pensando en cuestionar el absoluto dominio de Connor en cuanto se metía en el papel. Pero en su mayoría estaba dispuesta a entregarse a él. Tenía muchas ganas. Una vez allí, le hizo un gesto para que se acercara a los pies de la cama, de cara a él. Todavía no la había tocado, lo que la hacía estremecer del deseo. Necesitaba el tacto de sus manos en la piel. Necesitaba que se le acercara. Él la miraba de esa manera tan suya. Le ardían los ojos con destellos dorados y algo más que no entendía. Algo intrigante. No conseguía pensar con la claridad suficiente para descifrarlo. —Mischa —dijo en voz baja—, hoy la cosa va de pellizcos. La sensación es muy distinta a todas las demás, ¿verdad? —Sí. Empezaba a tener dificultades para respirar y notaba calor en la entrepierna. —¿Alguna vez has jugado con pinzas para la ropa? —preguntó retrocediendo hacia la cómoda que tenía a la espalda. Sin quitarle los ojos de encima, cogió una bolsa de terciopelo rojo que había encima del mueble. Ella le echó un vistazo rápido y volvió a mirarlo. Sabía que a él no le gustaba que apartara la vista; quería que no dejara de mirarlo. Había algo salvajemente sexual en el hecho de que un hombre de su gran tamaño y fuerza, un hombre con su actitud dominante, tuviera un objeto así, una bolsita de terciopelo rojo. Era sensual, sí, pero parecía fuera de lugar teniendo en cuenta lo descarnado y primitivo que era sexualmente. Se relamió. —Lo he visto hacer aunque yo nunca lo he probado —contestó ella. —¿Y con estas? —preguntó al tiempo que sacaba de la bolsa un par de pinzas especiales para los pezones unidas con una cadena larga. Tenían la punta de goma negra, aunque veía que por debajo había una hilera de dientecillos. Tragó saliva. —Solamente lo he usado en otras personas, cuando yo hacía de dominante. —¿Por qué? —No me gusta mucho la idea. Me parece una cosa demasiado sumisa. Apretó los puños. Se notaba calor en los ojos. —Hago de sumisa contigo, pero no me gusta la idea de las putas pinzas. Él sonrió y eso la sorprendió sobremanera. —Entonces tendremos que usarlas esta noche, ¿no? —Connor… Pero no sabía qué quería decir. Quería discutir, pero al mismo tiempo no. —Dime, Mischa. ¿Me estás diciendo que no o que tal vez? —Mhhh… tal vez —contestó ella sin apartarle la mirada, notando fuego en ella. Al final cedería, pero a pesar de todo quería hacerle saber que no le hacía gracia. Él se le acercó hasta que ella notó el calor que emanaba su cuerpo, aunque aún había unos treinta