Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 107
Diez
A
Mischa le encantó el restaurante italiano del centro en cuanto lo vio: era uno de esos
establecimientos de la vieja escuela con asientos tapizados en vinilo rojo y manteles a cuadros. Era el
tipo de restaurante pequeño que solamente conocían los lugareños. Estaba segura de que la comida
estaría para chuparse los dedos.
—Aquí hacen una puttanesca para morirse —le dijo él mientras se sentaban en un reservado.
—¿Los espaguetis de la puta? —preguntó ella, sonriendo.
—Bueno, tú misma te has dado un baño digno de una cortesana antes de salir. —Le guiñó un ojo y
forzando un poco el acento, añadió—: Es de lo más apropiado.
Ella se echó a reír. No era la primera vez en lo que iba de tarde.
—Pues pediremos puttanesca.
Connor pidió el vino sin consultarle, algo que tenía que reconocer que le gustaba, y el camarero lo
trajo enseguida.
Ya se había dado cuenta en otras ocasiones de que casi todo el mundo se daba prisa en complacerlo.
No creía que fuera por su altura, aunque podía resultar intimidante. Suponía que era por el aire natural
de autoridad que tenía, algo a lo que la gente respondía sin darse cuenta siquiera. Ella sí se daba
cuenta, por mucho que quisiera resistirse, aunque esta noche no lo hacía. Era una sensación agradable.
Ella se sentía bien aunque seguía algo aturdida por el polvo que habían echado contra la puerta en
cuanto llegó. Tal vez también fuera por tenerlo ahí.
Llegó el vino, un California Zinfandel, y Connor pidió al camarero que se lo sirviera. Luego le dio
una copa a Mischa y levantó la suya.
—¡Salud! —dijo, él brindando y acercando la copa a la suya.
—¿Por qué brindamos?
—Soy irlandés. Brindamos por todo.
—Venga, Connor. Seguro que puedes ser más original que eso —se burló ella.
—Bueno, bocazas deslenguada, ¿qué te parece brindar por el polvo espectacular que acabamos de
echar y por los que echaremos después? Con algo de azotes de aderezo. Mis manos arden en deseos de
tocar tu precioso culo.
No era eso lo que esperaba que dijera. Tampoco sabía qué esperaba, en realidad. Pero eso le gustó y
sonrió aún más.
—Qué vulgar, señor Connor Galloway.
Él arqueó una ceja.
—Pero si eso te pirra de mí.
—También es verdad.
Brindaron y bebieron.
—¿Cómo ha ido con el del cáterin? —quiso saber él.
—Bien. Hemos conseguido escoger un menú. Todo va sobre ruedas. Aunque Dylan y yo estamos
muy agradecidas a Lucie. Es la única que sabe algo de todo el rollo este de las bodas.
—¿Y tu otro compromiso? —Bebió un poco de vino. La copa parecía diminuta en esa mano tan
grande.
—Pues también ha ido bien. Productivo. Greyson y yo hemos quedado con un abogado y hemos