Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 105

Se maldijo entre dientes mientras salía del coche, cruzaba la calle y llamaba al timbre. Ella no dijo nada; le abrió sin más. Se apoyó en la pared del ascensor mientras este lo llevaba hasta su piso. «Tengo que ver a esta chica. Tengo que tocarla.» Había pasado mucho. ¿Unos cuatro días? Bueno, ahora no tenía tiempo para pensar en eso. El ascensor se abrió y se encontró delante de su puerta, llamó. Ella abrió y la vio igual; igual que en la fantasía que tuvo cuando abandonó la ciudad. Salvo que ahora mismo llevaba puesta demasiada ropa. Le gustaba, no obstante. Llevaba un vestido ajustado con un estampado negro y rojo que realzaba sus curvas y le hacía un gran escote. Calzaba esos zapatos de tacón negros que tanto le gustaban, porque le daban como un toque de fetichismo. Y unas impresionantes medias de rejilla. Ella le sonreía con esos labios rojos suyos, tan apetecibles. —¿No me vas a decir ni «hola»? —preguntó ella, entre risas. Él entró y cerró la puerta. —No. Alargó el brazo, la atrajo hacia sí y le dio la vuelta para tenerla de espaldas a la puerta. Entonces empezó a besarla apasionadamente con lengua. Sabía a dentífrico y a flores. No le encontraba el sentido, pero no le importaba. Respiró su aliento y se regodeó con su lengua. Se aferró a sus pechos con ambas manos y le notó los pezones duros a través del sujetador y el vestido. Dejó de besarla tan solo para pasarle la lengua por la garganta; necesitaba saborearla. —Menudo saludo —dijo ella entrecortadamente mientras él le quitaba el vestido, le introducía la mano dentro del sujetador y le sacaba un pecho. Se agachó un poco para apresar el pezón rojizo entre los labios, que lamió, succionó y luego mordió. —Ah, cómo me gusta, Connor… Ella le enmarcaba el rostro con ambas manos, acercándole la cara a la suya. Las manos de él serpenteaban bajo su vestido; le levantaron el dobladillo mientras se lo subía por los muslos y vio que las medias estaban sujetas con un liguero. No llevaba más ropa interior. Hubiera sonreído si no tuviera la boca llena de su dulce y fragante piel: la punta de su pezón hinchado. Siguió succionándolo mientras le agarraba el culo con una mano, masajeándolo y pellizcándolo a partes iguales. La otra se perdió entre los pliegues de su sexo. Se aplicó inmediatamente: le introdujo dos dedos mientras le presionaba el clítoris con la palma de la mano. —Joder, Connor. «Sí, eso es lo que quiero…» Tenía la polla dura como el acero. Le soltó el culo el tiempo justo para desabrocharse los vaqueros, sacársela y ponerse un preservativo que llevaba en el bolsillo. Impaciente, se quitó el abrigo como pudo y lo tiró al suelo. Entonces se le abalanzó. La cogió en brazos y ella le rodeó la cintura con las piernas mientras Connor la embestía. Su sexo, caliente y húmedo, acogió su pene con ganas. —Mischa… Esto era lo que necesitaba. Necesitaba follarte… exactamente… así. Puntuaba cada palabra con una embestida, penetrándola y empujándola contra la puerta. El placer era lo único que contrarrestaba el martilleo que notaba en el pecho. Era lo único que alimentaba el pulso frenético de su pene. La única manera que tenía de formar parte de ella. Mischa gemía, con las manos entrelazadas con fuerza alrededor de su cuello. Él se agarraba a su culo mientras la penetraba una y otra vez. Ella arqueaba la espalda, acercándole las caderas, y,