Juan Abreu
Diosa
el pie libre en el suelo, pero sólo un momento: el torso y las caderas
se despegan otra vez de la tarima. La pierna que no está atada al
cuerpo se eleva. Me hallo suspendida a más de un metro del suelo.
Formo un arco. Todas las cuerdas se tensan; por un instante, estoy
convencida de que mi humanidad va a estallar, a partirse en mil
trozos palpitantes. Trozos que caerán sobre la tarima.
Maestro devorará los pedazos más exquisitos, antes de
exhortar a sus invitados a compartir tan delicioso manjar.
¡Descuartícenme, cómanme!, clama mi cuerpo.
Las sombras se apoderan del salón.
Excepto un pequeño reflector que me ilumina.
Llega el orgasmo.
No lo oculto: lloriqueo, gimo, bramo. Enseño los dientes como
un caballo al que examinan en una subasta.
No es mi voz lo que se abre paso a través de la niebla espesa
que me envuelve, es un desgarro de loba en celo, de yegua
penetrada. Un alarido de criatura en perfecta comunión con sus
vastedades.
Trato, al mismo tiempo, de permanecer inmóvil. Intuyo que eso
es importante para mi Maestro. Siento a Maestro Yuko latir dentro de
mi cabeza como una presencia indiferenciable de mí misma. Somos
un mismo líquido, descargas químicas, electricidad, amaneceres. No
lo escucho, pero sé lo que quiere. Él, por su parte, me conoce como si
yo hubiera salido de su vientre.
Un murmullo de admiración brota de los presentes.
Mi frente apunta al techo, no puedo verlos, pero puedo sentir
que se han acercado para contemplar a gusto la obra de arte de
Maestro Yuko. Una mezcla de excitación sexual y estética, una
armonía musical llena el ambiente. Puedo sentirla con absoluta
claridad. Penetra en mi garganta como un árbol candente. Recorre
mis intestinos como el tañer de una campana milenaria. Todos se
agrupan alrededor de mi cuerpo desplegado como un artefacto de
diseño, como una escultura fabulosa, como el producto de una
habilidad milagrosa y prohibida. Como una puerta mitológica. Como
un ave de fuego.
Los japoneses intercambian frases en su idioma. También
escucho palabras en castellano, en catalán. Nadie me toca. Sus voces
me acarician el alma.
Quiero ser las baldosas que pisan, la luz que los alumbra, los
cojines sobre los que se sientan, el aire que entra en sus pulmones.
Mi sexo escupe contra la tarima.
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