Juan Abreu
Diosa
enamoré, y Rodrigo y yo odiamos la infidelidad.
No lo interpreten mal. No es que seamos mojigatos o
convencionales. Tenemos un lema: juntos todo, separados nada. Si en
un futuro decidimos hacer el amor con otros hombres o mujeres, y
espero que suceda, lo compartiremos. Será una experiencia común,
sin engaños.
Todas las posibilidades están abiertas, dentro de nuestro amor.
Confío en que no se alarmen; he decidido contar mi aventura
con absoluta franqueza. Cuando necesite decir coño, polla, follar, lo
diré. Como si hablara con una amiga. Será una muestra de confianza.
Quiero que me vean como soy. Si lo consigo estaré satisfecha;
aunque decidan abandonar la lectura en la primera página.
Tengo cuarenta años. Soy una mujer hermosa, no en el sentido
de las revistas de moda (que, en mi modesta opinión, parecen
catálogos de ranas disecadas), pero hermosa. O al menos siempre he
creído que lo soy, que es lo mismo, y más importante, que serlo.
Poseo una copiosa cabellera negra, el coño peludo, como ya he
dicho, ojos grandes y una boca carnosa, de impronta infantil, que
despierta la atención de los hombres.
Y una presencia resuelta.
Mi cuerpo es sólido, uno de esos cuerpos macizos, de huesos
bien cubiertos, que da gusto amasar y que soportan a pie firme una
buena sacudida; mi piel es tersa, y tengo un culo alto y abundante.
Siempre me he sentido apetecible y no he sufrido los traumas tan
comunes (al menos entre mis amigas y sospecho que entre muchas
mujeres) acerca de si los hombres piensan que «están buenas» y
querrían follárselas. Cosa que las angustia y deprime, digan lo que
digan de dientes hacia fuera.
Todas las mujeres deseamos ser amadas y
físicamente; todas deseamos ser gozadas y disfrutadas.
apreciadas
Otra