Juan Abreu
Diosa
de ellos en direcciones opuestas, abriéndola. Las serpientes circundan
los muslos y van a fijarse entre mis dientes. Cuando muevo la
mandíbula, las serpientes tiran de mis labios vaginales.
El dolor, pero no es dolor, es tan delicioso que temo desfallecer.
Estoy en su boca.
¡Mastícame,
excrétame!
tritúrame,
ensalívame,
trágame,
digiéreme,
Tengo la sensación de haber sido engullida por un organismo
vivo que me inmoviliza en sus entrañas y comienza el proceso de
digerirme. Sus líquidos gástricos me enchumban, me carcomen.
Siento que un orgasmo comienza a ascender desde el abismo
insondable en el que habitan los orgasmos.
Soy leona en la sofocante sabana: los cuartos traseros
levantados, la hierba quemada entre mis colmillos, contra el morro,
las garras clavadas en la tierra. Un pesado macho me perfora.
Soy tiburona en celo: decenas de machos se pelean por
agujerearme. Los ojos como planetas remotos, la piel lacerada, el
cue '