Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 88

Juan Abreu Diosa Ni siquiera pienso en que estoy allí desnuda, delante de un montón de desconocidos. ¿Qué puede importar eso? En la habitación hay alrededor de veinte personas. Asiáticos, aunque también muchos occidentales. Si no deambularan entre ellos, atentas a sus deseos, media docena de Sumisas vestidas exclusivamente con largos pañuelos de seda roja anudados al cuello, la reunión podría tomarse por una ordinaria tertulia social de compañeros de profesión. La atmósfera es reposada, agradable. No se respira ninguna tensión, ni siquiera un grado especial de expectación entre los presentes. En el centro del salón, acomodado en una especie de silla alta que recuerda un trono, pero que es un mueble de exótico diseño, está Rodrigo. Los invitados se acercan a felicitarlo después de contemplarme. Lo hacen inclinando la cabeza o estrechando su mano. Murmuran frases que no escucho. Maestro Yuko saluda a los presentes con un movimiento de cabeza y, a continuación, se apodera de mí. No hay otra manera de describir su actitud. Ágil, apabullante al tiempo que delicado, procede a ejecutar sobre mi cuerpo un complicadísimo amarre. Danza. Cuerdas negras. Sus enormes manos vuelan sin apenas tocarme. Mil insectos luminosos entran por mis poros. Marchan formando nutridos batallones hacia mi baboso agujero. La proximidad de su cuerpo me asfixia. Su olor desata un incendio en mis tripas. Las cuerdas están vivas. La boca se me llena de saliva. Jadeo. Pronto estoy inmovilizada. Mi cabello, recogido en lo alto de la nuca, forma un lazo que apunta al techo. El cuello, conectado a mi tobillo izquierdo, obliga a mi cuerpo a trazar una especie de arco. El muslo derecho se proyecta y se funde sólidamente a mis costillas. Una tupida red envuelve mi torso, dibujando figuras geométricas; mis pechos, cercados, propulsados, tiemblan. Una soga cruza mi vientre y se hunde en el sexo; forma un nudo que coincide con mi ano y trepa por la espalda bifurcándose alrededor del cuello. De los pezones parten finos bramantes que se anudan a mi lengua. El acto de tragar provoca un tirón insoportable, sabroso. El menor movimiento de cabeza tensa la soga que cruza mi vientre y hace que ésta se hunda en mi coño y que el nudo estratégicamente situado sobre el ano se esfuerce por entrar. Algo, pequeñas serpientes, aferran los labios de la vulva y tiran Página 88