Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 86

Juan Abreu Diosa Varias Sumisas se encargan de asearme. Hacen bromas y ríen a propósito de lo mojado que está mi coño. Ninguna habla japonés. Dos son catalanas. Lo rasuran cuidadosamente. Cuando terminan, lo siento como un molusco monstruoso. Palpita. Alguien lo besa. Risas. Roces. Alaban mi cuerpo. Lo secan con una toalla caliente. Friccionan vientre, brazos, muslos, pechos. Luego me tumban boca abajo en una especie de banco alto del que mi torso, flexionado, cuelga. La presión en el estómago es considerable; contraigo los músculos abdominales para contrarrestarla. Las nalgas ocupan el centro; sobre ellas descargan una tunda que me hace sollozar. Usan una vara delgada, de bambú, tal vez. O una rígida fusta de cuero. Lloro, no exactamente de dolor; es dolor, sí, pero mezclado con deseo, algo de rabia y un descomunal entusiasmo infantil. La azotaina (no insoportable, pero vigorosa; debo de tener la piel roja, marcada) concluye de la misma manera imprevista en que ha comenzado. Las Sumisas, calculo que al menos hay cinco, besan mis lágrimas. Esto me enternece. Deseo devolverles los besos, acariciarlas, hundirme en sus regazos, lamerlas. No lo permiten. Pasamos al salón donde se hallan los invitados. Un lejano aroma de comida, susurros. Alguien me libera de la venda. Mantengo los ojos cerrados un momento, después los abro lentamente. Estoy en una habitación espaciosa, de techo alto, típica de los pisos antiguos del Ensanche barcelonés. Puertas dobles. Suelo de frescas baldosas. La luz es tenue, pero permite distinguir perfectamente los detalles de la escena. Lo que representan los cuadros que cuelgan de las paredes (acuarelas sobre papel de arroz: cordilleras nevadas, bosques que surgen de la n iebla, bestias que se aparean en soleadas praderas, un barquero encorvado sobre un largo remo en el espejo de un lago). Las copas alineadas tras el cristal de la vitrina. La expresión de los semblantes más alejados. Me hallo en una especie de pedestal. A mi lado está Maestro Yuko. Página 86