Juan Abreu
Diosa
que dura más de un minuto, sin que medie ningún tipo de aviso,
arriban un par de bofetadas: firmes y contundentes.
Propinadas por manos diestras.
Eso te ayudará, afirma la Sumisa, en castellano; tiene una voz
dulce y la imagino joven. Mi rostro arde. Mis labios se abren
anhelantes.
Puedes llorar si lo deseas, añade.
Se me escapan algunas lágrimas.
A partir de ese momento, los acontecimientos suceden en el
interior de una corriente tibia. Mañanas luminosas en el parque de la
Ciutadella de manos de mi madre, el sabor de los bocadillos caseros,
el brillo del sol contra un cielo pintado, manos protectoras sobre mi
cabeza, el sabor del sudor y el rubor en mis mejillas; la oscuridad
acaramelada bajo la manta en una noche invernal. El anaranjado
resplandor del fuego. El aleteo del viento contra el cristal de la
ventana. Navego sumergida. El tiempo se ha encorvado, forma un
tubo flexible y tierno por el que me desplazo a gusto. Aplastada
contra un muro de la escuela, un chico hermoso y torpe pega sus
labios contra los míos por primera vez. Su lengua. Mis pezones, recién
hinchados, duelen. Dientes, paladar, papilas gustativas. La luz hace
rizos en la cabeza de mi padre que conduce el coche, yo voy sentada
detrás, junto a otras niñas, y no puedo apartar la mirada de la luz que
circunda su cabeza. Quiero que mi padre me toque, que me estreche
contra su pecho. Olerlo. El paisaje corre veloz y es verde y el aroma
de los pinos. Respiro inocencia, seguridad. Las paredes del tubo del
tiempo son traslúcidas, iridiscentes como las alas de una libélula; las
atravieso en una u otra dirección. Viajo. El tubo del tiempo es
inmenso y mullido. Veo millones de personas que también navegan.
Familias, amigos, amantes. Ríen, son felices. Los niños son siempre
niños, nada se pierde. La escena transpira serenidad. Seguridad
extrema. Me guía una sensación de plenitud nunca antes
experimentada. Siento una ardentía en el vientre, no muy aguda, que
no alcanza a borrar el deleite de tenerla dentro. Empuja. Sangre, me
parte, me desfonda. Aferro el cuerpo adolescente, la espalda tensa
las nalgas duras y abro las piernas como nunca antes. Cabellos
rubios. Olor a vainilla. Saliva ardiente. Quiero que me traspase. Que
me llene. Se corre, yo no. Esfínter. Desde la cocina llega el perfume
de un guiso; es una mañana de domingo y vemos la tele. Por la
ventana entra una brisa amarilla. Mi madre es un deseo irrealizado. El
tubo del tiempo es un regalo, una visión.
Huele a leche.
¿Estoy despierta?
Sí, de una manera superior, lo estoy.
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