Juan Abreu
Diosa
De: [email protected]
Para: [email protected]
Enviado: Martes, enero 7, 2003, 23:07
Querido Maestro, la semana pasada, durante una cena familiar
en casa de Andrea, pude hacerme con las bragas, cumpliendo sus
órdenes. Las saqué de la bolsa de la ropa sucia y, antes de ir a
esconderlas en el coche, me aseguré de que reunieran las
características exigidas.
Amo no estuvo al tanto ni colaboró con la operación. Jugaba con
Alberto y los niños, en el patio. Andrea estaba en la cocina, con mi
madre. Después de recibir su orden, Maestro, Amo y yo no hemos
intercambiado una sola palabra sobre el asunto. Concernía
exclusivamente a mi persona la decisión y, en caso de ser positiva, la
obtención de la prenda.
Me sentí soez.
También como una niña traviesa.
El temor de ser sorprendida me produjo cosquillas en el
estómago.
Cuando me reuní con los demás, sentí un escozor por todo el
cuerpo, sobre todo al mirar a Andrea y a mi madre a la cara. Pero no
era vergüenza. El escozor tenía algo de juguetón. Algo sexual. Alberto
no perdió ocasión de mirarme el culo. Me gustó. Se lo dije a Rodrigo,
que lo encontró divertido y me sugirió provocarlo un poco. ¡Es tan
depravado!
De noche, ya de regreso a casa, entregué a mi Amo el trofeo.
No hizo ningún comentario.
Sumisa Laura
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