Juan Abreu
Diosa
De: [email protected]
Para: [email protected]
Enviado: Viernes, diciembre 13, 2002, 18:10
Maestro, me ha pasado algo muy divertido en una de esas
fiestas a las que estoy obligada a asistir por motivos de trabajo. Había
unas cien personas. La mayoría hombres. Ejecutivos bien
empaquetados, encorbatados. Serios, inmersos en su papel de gente
importante para la sociedad. Bueno, yo estaba allí y me presentaban
a estos hombres. Todo muy protocolar. Apretones de mano, besos en
las mejillas. Frases corteses. En un punto, se me ocurrió cambiar el
protocolo. En mi mente, claro. Imaginé que los desconocidos, en vez
de extender la mano para saludarme, extendían la polla. Llegaban
frente a mí, se bajaban la cremallera, sacaban sus cositas y yo las
estrechaba, las sopesaba y decía: Hola, mucho gusto, un placer
conocerlas.
Fue muy divertido, Maestro. Estar allí, tan compuesta,
profesional y domesticada en el exterior, y tan libre y desfachatada
en el interior.
Incidentes de este tipo están relacionados, supongo, con mi
fantasía de la Mujer Primitiva. De las cavernas. La fantasía comenzó
después de ver un documental en la televisión que recreaba la vida
de una tribu de australopitecos. Tropezaban con una hembra solitaria
de otra tribu o manada. La hembra se mantenía a distancia del grupo.
Un macho se acercaba a ella y la olía un poco. El sexo, sobre todo.
Después la ponía a cuatro patas y la penetraba. El jefe de la tribu, al
notarlo, acudía belicoso, lo apartaba a mamporros, y procedía a
montar a la hembra. Para demostrar su autoridad.
La hembra se dejaba hacer.
Yo, que siempre he visto el sexo de manera extremadamente
natural, siento envidia de esa hembra. La idea de que un macho
pueda llegar, ponerme a cuatro patas y follarme sin mediar palabra
siempre me ha resultado extremadamente excitante.
Me masturbo con este tipo de fantasías.
De ahora en adelante incorporaré a mi repertorio de fantasías la
de una fiesta en la que varones desconocidos sacan las vergas
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