Juan Abreu
Diosa
Primero utilizó una especie de látigo. Diez trallazos firmes que
me obligó a contar en voz alta. Pausa de unos cinco minutos. Le oí
abrir la nevera, servirse algo de beber. Una cerveza, posiblemente.
Al regreso, me bajó las bragas y fustigó mi trasero con una vara
de bambú. Escocía mucho más y, como los zurriagazos aterrizaban
sobre carne ya martirizada, el dolor resultaba mayor. Traté de
evitarlo, pero al final chillé y lloré. Otra pausa. Larga. Durante esos
períodos, mis nalgas ardientes ocupaban el primer plano. Llamas que
invadían mi sexo, mi corazón y mi cerebro. ¿Qué sentía?
Agradecimiento. Alguien me ponía donde merecía estar, alguien me
permitía ser lo que soy. ¿Una cerda sucia? ¿Una perra indigna? ¿Una
puta vejada? Todo eso, pero sin culpa. Con alegría. Como si poder ser
una cerda, una perra, una puta significara un honroso galardón. ¡Lo
es! Pero, sobre todo, sentía agradecimiento. Lo que más deseaba en
el mundo era que Amo me permitiera lamer sus manos, sus pies, su
polla.
Al final de la pausa, azotes con una fusta de cuero. Conté a
gritos. Se me aflojaron las rodillas. Apreté los dientes. Contraje el
culo. Sollozos. Fueron un total de treinta latigazos. Después Amo se
marchó nuevamente. Estuvo mucho tiempo fuera. Adormecida, entre
mocos, lágrimas y dolor, sentí algo semejante a la gloria. A la
seguridad infantil.
El paraíso debe de ser algo parecido a lo que sentí.
Concluida la zurra, desatada, de rodillas, Amo puso su polla al
alcance de mi boca. La devoré como si fuera el primer alimento de un
hambriento. Bebí su contenido como si se tratara de agua fresca
después de permanecer días perdida en el desierto.
Después, Amo me folló analmente, hasta que me corrí sin
tocarme.
Lo que Amo ha bautizado como «correrse por el culo».
Entonces dio por concluida la sesión.
Dormimos abrazados, como niños.
Sí, tengo una hermana. Cinco años mayor que yo. No nos
llevamos demasiado bien. Tiene la capacidad de incordiarme. Es
negativa y protestona. Hipócrita y petulante. Quejica y malcriada.
Aunque la vida ha sido generosa con ella. Posee una familia
espléndida y un marido, Alberto, guapo, paciente y divertido. Hace
mucho tiempo (yo era muy joven; aún no me había casado), después
de una bronca más áspera de lo habitual con ella, evalué la
posibilidad de follarme a su marido. Para molestarla. Por aquellos días
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