Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 48

Juan Abreu Diosa hojas. El agua hace brillar su corteza. Dejo el libro (Hagakure) y voy hasta la ventana. El silencio cubre las calles, las fachadas, los patios. Los ojos de las farolas son vapor anaranjado. De tarde en tarde, llega el rumor de un coche como el grito del sobreviviente de una catástrofe. Un aislado bosquecillo, en el parque cercano, forma una figura casi humana; dos grupos de ramas, como pechos pertenecientes a un torso inclinado, flotan sobre el suelo, mecidos por el viento. Vuelvo a instalarme frente a la pantalla. Escribiré palabras groseras, describiré situaciones bestiales y degradantes. Cosas que nunca he dicho a nadie. Me sentiré inmunda haciéndolo. Confundida. Si no estuviera lloviendo tal vez no me atrevería. Allá voy... Durante años, he tenido una fantasía recurrente que he bautizado como Fantasía de la Feria. Vuelvo a ella como un animal sediento. Sucio y lúbrico. Simplemente está ahí, en un rincón de mi mente, y la uso cuando la necesito. Cuando visualizo estas escenas lo hago muy vivamente. Podría decirse que me traslado a ellas. Estoy en una Feria de artilugios sexuales. La gente que la recorre es ordinaria e insulsa. Gente de baja estofa. Ropa chillona, modales zafios. De pronto, estoy frente a un sitio donde venden un aparato estrafalario, provisto de resortes y correas. Brilla, negro y metálico como un escarabajo. Quiero escapar, pero un tipo gordo, vulgar, de expresión repulsiva, que promueve a grandes voces el uso del artefacto, aferra mi brazo y me obliga a ocupar el centro de la pista. Hay numeroso público. Yo tiemblo. Pronuncio confusas palabras a manera de protesta; pero es pura hipocresía. No ofrezco resistencia. Los presentes lo saben, ríen burlones. ¡Hipócrita! ¡Guarra! ¡Vamos, sabemos lo que te gusta!, gritan. El tipejo me coloca una venda en los ojos. Acto seguido invita a los congregados a «examinar la mercancía». Abren la blusa, bajan los pantalones, las bragas. Innumerables manos y bocas me manosean y chupan. Los pechos, el coño. Alguien separa las nalgas. Introducen un dedo en mi ano. Huele bien, dice una voz. Risotadas. De primera, mercancía de primera, vocifera el tipejo usando un altavoz. Terminan de desnudarme. Atan mi cuerpo al aparato. Durante todo el tiempo me obligan a beber agua. A continuación, entregan látigos a la concurrencia. Los azotes se suceden durante un período de tiempo prolongado. Duele mucho. Chillo, lloro sin el menor pudor. Cuando están satisfechos, me colocan a cuatro patas. Siento una polla en la boca y otra en el coño. Sus dueños se corren enseguida y otras pollas ocupan los agujeros. Así transcurre un rato. A una voz del tipejo, la acción se detiene. Orden de ponerme en cuclillas y mear. Obedezco presurosa. Meo Página 48