Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 17

Juan Abreu Diosa Considerábamos una «sesión» el tiempo que transcurría desde que asumíamos un papel, el de Sumisa en mi caso, el de Amo en el caso de Rodrigo, hasta que lo abandonábamos y recuperábamos nuestro comportamiento normal. Resultó una experiencia perturbadora. Pletórica de miedos y retos. Llena de puertas abiertas a territorios insospechados. No comprendía las causas del extraño deleite que me embargaba durante las sesiones. Pero las deseaba con tal intensidad que me mojaba de sólo recordarlas. No puedo negar que mil veces cedí y estuve a punto de abandonar la búsqueda. Si ésta no hubiera tenido lugar a la sombra del amor de Rodrigo, como ya he dicho, hoy formaría parte del nutrido bando de las derrotadas; sería otro montón de renuncias, que es lo que son, a fin de cuentas, la mayoría de los seres humanos. Algo irrealizado en mi interior actuaría como un ancla, impidiendo a mi espíritu volar. No sería este ser hermoso y resuelto que soy. Rodrigo y Maestro Yuko son los artífices de mi transformación. Ellos tomaron mi mano y me ayudaron a superar obstáculos que de otra forma hubieran resultado inexpugnables. Por otra parte, fue revelador constatar que algunas de mis más arraigadas convicciones se volatilizaban ante la arremetida demoledora de una infinita curiosidad. En muchas ocasiones pensé: éste es el límite, por aquí no paso; para diez minutos más tarde sumergirme en el siguiente desafío. Poco tiempo después, debido al desarrollo lógico de nuestra exploración, llegó el día decisivo. El día que propulsaría al exterior experiencias que se circunscribían, hasta el momento, a un ámbito privado y familiar. Caía la lluvia a rafagazos sobre Barcelona; la calle, abajo, relucía como la piel de un humeante pez. El contorno licuado de las cosas hablaba de carne conmocionada, de deseos largamente postergados que exigían atención. De la tierra del parque cercano emanaba un lujurioso tarareo. El cielo encapotado arrojaba desde su hinchada entrepierna una catarata limpia y furiosa. La tarde había transcurrido lenta, perezosa, trufada de adormecimientos y lecturas. Y del olor del anunciado aguacero. Y de melancólicas vaharadas. Unas copas de vino, ingeridas durante la comida, contribuían a espesar la atmósfera y entibiar la sangre. Página 17