Juan Abreu
Diosa
haciendo de esa palabra. Extrañamente, llegado el momento,
encontraba más tolerable referirme a mí misma en términos de perra
o cerda. Puta es una palabra a la que los machos (nótese que no digo
los hombres) han revestido de un poder incalculable. Una palabra
ancestral cargada de resonancias terribles.
Puta. ¿En cuántas, innumerables ocasiones esa palabra significó
y sigue significando el peor de los insultos, el más oprobioso de los
epítetos que puede dedicarse a una mujer? Es francamente estúpido.
Les advierto que esta correspondencia puede resultar ofensiva
para espíritus timoratos, también lo fue para mí en algún momento;
hasta que comprendí que nada que nazca del deseo de conocerme
disminuye; por el contrario, enriquece. Se trata de un intercambio,
como verán, que con frecuencia adquiere tintes difíciles de asimilar.
Para contestar los maravillosos mensajes de mi Maestro tuve, en
principio, que asumir la idea de que se trataba de un juego perverso,
depravado, extraño y humillante, pero un juego a fin de cuentas.
Considerar que podía abandonar el juego en el momento que
estimara pertinente, me ayudó a continuar.
Sin embargo, desde el primer mensaje de Maestro Yuko tuve la
sensación de que era receptora de un inestimable regalo.
El juego, poco a poco, se fue haciendo «real», fue encontrando
eco en mi ser, en mi espíritu y mis vísceras. Los meses que duró esta
experiencia los viví como en un sueño deseado y odiado a partes
iguales. Nada ha sacudido ni cambiado mi vida tan profundamente
como estos mensajes. Y lo que sucedió a continuación.
¿Por qué publicar esta correspondencia, por qué compartir mi
aventura?
Porque creo que ayudará a muchas y muchos a encontrarse a sí
mismos.
¿Y no es ése el objetivo de la vida?
Rodrigo me guió. Yo quería ser guiada. Si él está a mi lado, y
ésta es la más tierna confesión de amor que puedo concebir hacia el
hombre que amo, soy capaz de bajar sonriente al mismísimo Infierno.
A lo largo de estas páginas hablo fundamentalmente de mi
aventura, pero ustedes comprenderán que se trata de la aventura de
ambos. De los retos, de los miedos, de las diversiones y
descubrimientos, de las curiosidades y anhelos de ambos. Mi querido
esposo entró más fácilmente en su papel, y me animó a lo largo de la
travesía, pero en ocasiones yo daba un gran salto adelante y él
dudaba, y tuve que llevarlo a remolque, hasta que volvía a disfrutar
del juego.
¿Juego? Sí, juego.
Página
13