Juan Abreu
Diosa
oscuro deseo de devorar y ser devorada. Los fines de semana paso
horas en la bañera. Cuando salgo del agua, dedico un buen rato a
examinarme el coño en un pequeño espejo. ¡La jungla! Me chiflan las
alcachofas. Esquiar. Detenerme a escuchar a los músicos callejeros
apostados detrás de la catedral, en la calle de Santa Llúcia. Las
películas de Ozu. Groucho, Dreyer, Visconti. Los ciclos dedicados al
cine japonés en la Filmoteca. Ir de vacaciones a parajes exóticos. Las
rebajas de El Corte Inglés. Tardes de lluvia en el Verdi, calles vacías
de agosto. Las estatuas humanas, el canto de un gallo, el estallido de
las flores, el agua de una fuente centenaria, la pegajosa mirada de un
escultórico vikingo en las Ramblas. Espinaca fresca. Tomates de
Montserrat con mozzarella. Vinagreta de frutos secos, orégano, perejil
y romero. La negrísima piel de unos africanos enormes, deliciosos, en
el parque de la Ciutadella. Vagar entre torres de libros en la FNAC,
diluirme en el gentío del Paseo de Gracia, beberme un cortado
descafeinado de sobre, con sacarina, en la cafetería de la estupenda
librería Laie.
En noches de invierno, adoro hacer el amor junto a la chimenea
(cursi, sí, pero real). El cuerpo de Rodrigo, teñido por las llamas, se
torna aún más enigmático y comestible.
Ya a estas alturas de mis confidencias, debo decir, en honor a la
sinceridad, que mi nombre no es Laura Valero. Oculto el verdadero no
por temor a asumir públicamente cómo soy y cómo vivo mi vida, sino
porque hay gente muy importante para mí que tal vez no lo
entendería.
Mi aventura, jornada introspectiva, viaje emprendido hacia el
centro de mi ser... ¿cómo llamarlo?, no ha sido fácil. Ni ha sido
acometido a la ligera. Eso lo puedo asegurar sin el menor asomo de
duda. Hubo momentos en que quise abandonar. Pero el deseo de
conocerme y la visión de un abismo, no tenebroso, sino de luz,
sirvieron de acicate para seguir adelante. Un abismo en el que,
paradójicamente, cuanto más descendía, más pureza e inocencia
alcanzaba. Es difícil de explicar, pero lo intentaré: a cada tramo
superado, pasada la sacudida, era como si las enormes, cálidas
manos de un dios moldearan mi ser reblandecido y sediento y lo
mejoraran, preparándolo para la próxima etapa.
Habrá momentos (quiero hablar aquí especialmente a las
mujeres que en estos instantes se hallan inmersas en un viaje
semejante al mío, o lo emprenderán en alguna etapa de sus vidas; y
lo mismo vale para los hombres) en que nos sentiremos
desgraciadas, habrá momentos en que sentiremos asco de nosotras
mismas, en qu RV