Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 11

Juan Abreu Diosa oscuro deseo de devorar y ser devorada. Los fines de semana paso horas en la bañera. Cuando salgo del agua, dedico un buen rato a examinarme el coño en un pequeño espejo. ¡La jungla! Me chiflan las alcachofas. Esquiar. Detenerme a escuchar a los músicos callejeros apostados detrás de la catedral, en la calle de Santa Llúcia. Las películas de Ozu. Groucho, Dreyer, Visconti. Los ciclos dedicados al cine japonés en la Filmoteca. Ir de vacaciones a parajes exóticos. Las rebajas de El Corte Inglés. Tardes de lluvia en el Verdi, calles vacías de agosto. Las estatuas humanas, el canto de un gallo, el estallido de las flores, el agua de una fuente centenaria, la pegajosa mirada de un escultórico vikingo en las Ramblas. Espinaca fresca. Tomates de Montserrat con mozzarella. Vinagreta de frutos secos, orégano, perejil y romero. La negrísima piel de unos africanos enormes, deliciosos, en el parque de la Ciutadella. Vagar entre torres de libros en la FNAC, diluirme en el gentío del Paseo de Gracia, beberme un cortado descafeinado de sobre, con sacarina, en la cafetería de la estupenda librería Laie. En noches de invierno, adoro hacer el amor junto a la chimenea (cursi, sí, pero real). El cuerpo de Rodrigo, teñido por las llamas, se torna aún más enigmático y comestible. Ya a estas alturas de mis confidencias, debo decir, en honor a la sinceridad, que mi nombre no es Laura Valero. Oculto el verdadero no por temor a asumir públicamente cómo soy y cómo vivo mi vida, sino porque hay gente muy importante para mí que tal vez no lo entendería. Mi aventura, jornada introspectiva, viaje emprendido hacia el centro de mi ser... ¿cómo llamarlo?, no ha sido fácil. Ni ha sido acometido a la ligera. Eso lo puedo asegurar sin el menor asomo de duda. Hubo momentos en que quise abandonar. Pero el deseo de conocerme y la visión de un abismo, no tenebroso, sino de luz, sirvieron de acicate para seguir adelante. Un abismo en el que, paradójicamente, cuanto más descendía, más pureza e inocencia alcanzaba. Es difícil de explicar, pero lo intentaré: a cada tramo superado, pasada la sacudida, era como si las enormes, cálidas manos de un dios moldearan mi ser reblandecido y sediento y lo mejoraran, preparándolo para la próxima etapa. Habrá momentos (quiero hablar aquí especialmente a las mujeres que en estos instantes se hallan inmersas en un viaje semejante al mío, o lo emprenderán en alguna etapa de sus vidas; y lo mismo vale para los hombres) en que nos sentiremos desgraciadas, habrá momentos en que sentiremos asco de nosotras mismas, en qu RV