Juan Abreu
Diosa
Rodrigo le insuflan una especie de energía salvaje. Entre las rocas, en
los tupidos despeñaderos, junto a los caudalosos torrentes vuelven a
ser niños. Yo hago de madre de ambos durante las expediciones. Una
madre algo incestuosa, pero madre al fin. Capturamos saltamontes,
variedades de hormigas, nos bañamos desnudos en pocetas de agua
helada. Maestro se encarga de preparar algún delicioso guiso.
Llegada la noche, acampados, nos tendemos a contemplar el cielo
plagado de estrellas, hasta dormirnos colmados de inmensidad.
Conversar con mi Maestro es un privilegio invaluable. Su más
reciente obsesión es traer algunos hiratakuwagatas de contrabando
de su próximo viaje a Japón. Dice que hay posibilidades de que
arraiguen en los pedregales de Montserrat.
Intentamos disuadirlo.
Por el momento, sin éxito.
Algunos sábados mágicos, nos reunimos en su piso y
confeccionamos suculentos (y extraños) platos. En ocasiones nos
acompañan amigos que recuerdan con emoción la última obra de
Maestro Yuko.
Me tratan con enorme deferencia y respeto. Como a un gran
personaje, como a la protagonista de una aventura fabulosa.
Considero la experiencia como Sumisa parte fundamental de mi
desarrollo vital. La atesoro en mi alma. A ella debo