Juan Abreu
Diosa
jamás hubiera emprendido la aventura que narro si no me sintiera
protegida y apoyada por su amor, que es como una cápsula mágica.
Amor que hace posible la comprensión, pase lo que pase; ya sea que
me convierta en el ser más vulnerable del planeta, o en el más osado,
desinhibido y salvaje.
Comprensión, amor y admiración: por lo que soy, por atreverme
a serlo.
Fuera de nuestra pasión nada de lo que aquí refiero habría
ocurrido. Todo lo que cuento sucedió tal y como se narra; he querido
ofrecer una visión lo más exacta y real posible de mi relación con
Maestro Yuko, de mi ascensión a los misteriosos paraísos de la
entrega, del abandono y, sí, de la sumisión. Del amor, a fin de
cuentas, que a veces escoge para manifestarse extraños caminos.
Soy una mujer independiente, una profesional respetada,
segura de mí misma. Y una esposa feliz, de vida tranquila y apacible,
con la que se habrán tropezado cualquier sábado al mediodía en el
mercado de la Boquería (ante «Fruits del Bosc de Petras», mi tienda
favorita); o vislumbrado curioseando entre los libros de La Central del
Raval; o compartido fila una noche en el cine Renoir de la calle
Floridablanca para ver la última de Woody Alien en versión original.
Rodrigo no resiste las películas dobladas. Sobre todo si son de
Woody Alien.
Lo que pretendo decirles es que se puede ser una persona
absolutamente normal, en el sentido convencional del término,
trabajar en una oficina, tener responsabilidades profesionales, cuidar
de un hogar, y vivir experiencias como las que aquí describo.
Experiencias que, vistas de manera superficial, parecen
incompatibles con lo que la sociedad, atrincherada en sus arcaicos
conceptos sobre moralidad y buenas costumbres, define como
«normalidad».
Adoro los peces. Hay una gran pecera en nuestro dormitorio:
hogar de cuatro carpas doradas. Yuko (bautizada así en honor a mi
Maestro), la más bella y enigmática; Mozart (esbelta como una
cantata), Abolengo (algo pretenciosa, sí, pero adorable) y Tracy Lord
(que debe su nombre a una estrella de cine porno de rostro angelical
e impresionante delantera de la que mi marido es entregado
admirador).
Tengo la costumbre de buscar parecido entre los peces y la
gente que conozco. A menudo lo hallo. El director general de mi
empresa, por ejemplo, tiene cara de limpiapeceras. Rodrigo es un
esbelto peleador. Mi hermana Andrea, un petulante goldfish.
Soy vegetariana, aunque de tarde en tarde cedo a la tentación
y devoro un enorme filete sanguinolento. La llamada de la horda, el
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